Orquesta Sinfónica de Izhevsk

Izhevsk

Con el patrocinio de la Fundación Unicaja y del Ayuntamiento de Almendralejo tuvo lugar un concierto ofrecido por la Orquesta Sinfónica de Izhevsk (República de Udmurtia: Rusia).

La Orquesta se fundó en 1992 y tiene su sede en la región donde nació el gran compositor ruso Tchaikovsky, con una de cuyos más bellos valses, el de La Bella Durmiente, comenzó su actuación. La primera parte del concierto estuvo formada, entre otras, por una serie de piezas, que en muchos casos han sido, además, popularizadas por formar parte de la banda sonora de notables películas.

Así, se pudo disfrutar del intermezzo de la ópera Cavalleria Rusticana de Pietro Mascagni, que aparece en la escena final del “Padrino III”; o de la Danza Húngara nº 5, una de las veintiuna que compuso el romántico Brahms, y que sirve de fondo a la conocida escena del barbero judío interpretada por Charles Chaplin en “El Gran Dictador”, una alegre danza con los tradicionales destaques con la pandereta.

El público volvió a soñar con la Obertura de Carmen, de Bizet, obra que se ha representado este año en el mismo escenario; y se trasladó a Montparnasse para deleitarse y corear el alborotador e ingenioso Can-Can, que inmortalizara Offenbach en Orfeo en los Infiernos. Las selvas vírgenes de los guaraníes se hicieron presentes en el tema Gabriel’s Oboe de La Misión de Ennio Morricone. Ignoro (y lo siento) el nombre del joven concertista que recreó para el público el folklore mestizo llevado por los jesuitas de la misión brasileña de San Carlos, a mediados del siglo XVIII, lleno de una gran capacidad emotiva. Ese tema, interpretado al oboe, llena de paz al alma y nos hace sentir el sueño de un mundo perfecto. De la misma forma, destacó la interpretación por parte de un trompeta, del que tampoco se destacaba el nombre en el programa, de Granada del mejicano Agustín Lara, cuyas vibrantes notas entusiasmaron al público.

Para cerrar esta primera parte del concierto, interpretaron la divertida Broma del compositor Anderson, en la que el director de la Orquesta, Nicolai Rogotnev, resultó ser todo un showman, dirigiendo sin batuta, ni guión, buscando la complicidad del publico, con el que dialogaba en el patio de butacas, añadiendo elementos cómicos a la representación.

Sin solución de continuidad se pasó a la segunda parte, casi monográfica, sobre composiciones de Johann Strauss hijo, de quien interpretaron, entre otras, una de sus polcas más famosas, Trish-Trash; una nueva broma musical, la polca Movimiento perpetuo, de ejecución virtuosista; y el vals de los valses, el bello Danubio Azul, siempre vivo y alegre; para concluir con la conocida marcha Radezky, en este caso de Johann Strauss padre, que fue acompasada con palmas por parte de un público que disfrutó de un concierto muy ameno y de alto nivel artístico. En los bises, como no podía ser de otra manera dada la cercanía de las fiestas, interpretaron música navideña.