A comienzos del siglo XVII, la villa de Almendralejo manifestaba públicamente sus deseos de contar en ella con un Convento de frailes que vitalizara aún más la devoción de nuestros antepasados. Se hicieron gestiones por parte del Concejo y en el año 1600 se obtuvo la correspondiente licencia para que se erigiera un Convento de Carmelitas Descalzos en la ermita de Nuestra Señora de la Piedad, bajo el patronazgo de la Villa, que cedería la ermita y fanega y media de tierra para huerta y 3.000 ducados para la obra. La imposibilidad de pagar esta cantidad fue la principal causa de que no se llevara a término la fundación.
Medio siglo después, un vecino de la villa, Fernando Nieto Becerra, "movido de caridad y debozión, deseoso del servicio de Dios Nuestro Señor y su culto divino y de los beneficios que los vezinos desta villa an de reçivir con la dicha fundación, se quiere encargar en hacerla a su costa mediante que esta villa le ceda y renunçie el derecho de patronazgo que tiene y le perteneçe a la dicha hermita y convento". El Concejo le hizo la cesión que solicitaba con la reserva de conservar lugar preeminente y asiento en la ermita.
Pero las circunstancias desviaron la atención hacia otra Orden religiosa. La guerra con Portugal estaba provocando la ruina de numerosos Conventos franciscanos descalzos instalados cerca de la frontera. Ya el de Nuestra Señora de la Esperanza de Villanueva del Fresno había sido trasladado a Fuente del Maestre en 1646, y cuando en 1652 se perdió el de Nuestra Señora de la Luz de Moncarche, situado en el término de Alconchel, los organismos competentes de Almendralejo solicitaron su traslado a la villa. El Concejo, el clero local y Fernando Nieto Becerra pidieron que la facultad ganada en 1600 se aplicara a este traslado.
El Concejo señala que Almendralejo "deseaba tenerlos en su conpañía y vecindad, por la mucha utilidad que espera se le a de seguir y a sus vecinos con su buen exemplo, enseñança, confesiones y predicaçión (...) por no aver en ella Convento alguno de religiosos", aunque sí había Convento de Religiosas, el de las Concepcionistas de la calle Harnina.
El cura y 35 clérigos que firman con él hicieron una declaración semejante y Fernando Nieto Becerra "por la debozión que tiene al Seráfico Padre San Francisco" se obligó a construir a su costa la fábrica del convento con su iglesia y a fundar una Obra Pía de 400 ducados de renta para los pobres de la villa, con la condición de que si los religiosos no obtuvieran limosnas suficientes de los vecinos, fueran ellos considerados los primeros pobres a quienes se debía socorrer.
La Cédula Real, despachada el 16 de mayo de 1654, establecía los poderes de las distintas jurisdicciones que intervenían en la fundación: los franciscanos, la Orden de Santiago y la parroquia. La provincia franciscana de San Gabriel, a la que pertenecía Almendralejo, sólo tendría jurisdicción sobre las personas de sus frailes. La Orden de Santiago, en cambio, quedaba con la propiedad del monasterio, tendría la competencia en lo tocante al culto y a los bienes materiales, e incluso, podría ordenar el desalojo de los religiosos.
En las relaciones con el clero de la villa, también eran bastantes restrictivas las disposiciones para los franciscanos, que no podían hacer entierros ni llevar derechos de misas y memorias salvo en aquellos que se enterraran en el convento y, en este caso, reservando la cuarta parte para el beneficio curado de la villa.
Duras condiciones que desembocarían algunas veces en reñidos pleitos de competencias. No obstante, la Provincia franciscana de San Gabriel acogió con entusiasmo esta fundación y se apresuró a nombrar sus representantes en las capitulaciones con los fundadores, que se firmaron dos años después.
Las Capitulaciones las firmaron, por una parte, Fernando Nieto Becerra, conjuntamente con su mujer Juana Alvarado Mendoza y la hermana de ésta, Leonor Alvarado Mendoza; y por la otra, Fray Juan de San Agustín, como cabeza de una pequeña comunidad, que ya habitaba en una casa del Altozano propiedad de Fernando Nieto.
Los fundadores quedaban obligados a:
‑ Pagar el alquiler de la casa, donde habitarían los frailes, en número de doce, hasta que se trasladaran al Convento, y concederles para sustento de la Comunidad, 100 ducados anuales.
‑ Entregar el terreno para el convento, la iglesia y la huerta, situado entre la calle Mandamiento y otra llamada entonces de la Piedad, al borde de la zona edificada, en el camino a la Ermita. Primero se construiría la vivienda de los frailes y la capilla para colocar en ella el Santísimo Sacramento, y cuando esto ocurriera se trasladaría allí la Comunidad de doce religiosos, a la que los fundadores entregarían entonces, tres cálices, tres misales, libros de culto, bancos, campana, una caballería mayor y 200 ducados anuales para su sustento hasta que se acabara toda la fábrica.
‑ Después se cercaría la huerta, harían una noria, otro cuarto grande para vivienda, el claustro con su cisterna, el coro, otro cuarto pequeño, el aula y la librería, y a todo lo dotarían con el mobiliario necesario. La Iglesia tendría tres retablos: el Altar Mayor, con la Custodia y cinco santos de talla; y dos colaterales, con un santo de talla cada uno; todo dorado y estofado. Se señalaban, además en las Capitulaciones, las partes de la obra que tenían que ser de cantería y las que irían de otros materiales; así como, si la cubrición iba a ser abovedada o de madera: todo según la Planta general de los Conventos de la Orden.
‑ Para la construcción del Convento, entregarían 2.000 ducados anuales en los tres primeros años y luego, a razón de 500 ducados anuales, hasta su terminación. Cuando terminara la obra, la Comunidad se ampliaría a 27 ó 30 religiosos, para cuyo sustento darían los fundadores, 400 ducados y 50 fanegas de trigo anuales.
‑ Para poder pagar todo lo que hemos indicado, los fundadores instituyeron una Obra Pía con una renta anual de 5.300 reales.
A cambio, pedían a los franciscanos:
- Que se comprometieran a dar gratis a los hijos de los vecinos estudios de Gramática; que se trasladara al Convento la imagen de Nuestra Señora de la Luz de Moncarche y ciertas prerrogativas personales, sobre honores y distinciones, muy propias del ambiente barroco de la época, entre las que destacamos:
‑ Que tuvieran sus sepulturas al lado del Evangelio, junto al Altar Mayor, y que a su muerte, y en los aniversarios, les hicieran una serie de sufragios en este Convento y en todos los de la Provincia, sin coste alguno, salvo la cera
- Que tuvieran silla y estrado en la Capilla Mayor; recibieran la llave del Santísimo Sacramento el Jueves Santo y colocaran sus Armas en determinados lugares del edificio.
‑ Que pudieran nombrar dos patronos, que les sucederían a su muerte, y que éstos tuvieran sus sepulturas debajo de los dos altares colaterales, para ellos, sus mujeres e hijos.
‑ Que en la tercera nave de la Iglesia se señalaran dos sepulturas, limitando con la nave central, para entierro de sus criados. Y que en la Capilla Mayor sólo se enterraran los religiosos, salvo lo dicho, y el resto de la Iglesia quedara para que dieran sepultura en ella a quienes determinaran los franciscanos.
Los franciscanos aceptaron todas las condiciones, excepto la del traslado de la imagen, que se había depositado en el Convento de Jerez de los Caballeros, por la oposición de esta ciudad; pero hicieron donación de las sepulturas y comenzaron a dar las clases en la calleja de Blanca Aceite, en una casa próxima al Convento que se convirtió en una de las primeras escuelas públicas de las que tenemos noticias[1].
Los fundadores pertenecían a familias de la oligarquía nobiliaria local. Fernando Nieto Becerra era hijo y nieto de regidores perpetuos de la villa, y hermano de Juan Nieto Becerra, que fue bisabuelo del I Marqués de Monsalud, y una de las personas más destacada del Almendralejo del siglo XVII, y que sería el primer patrono del Convento.
Fernando Nieto fue uno de los fundadores del Convento, pero también debemos considerar como tales a su mujer, Juana Alvarado Mendoza y a su cuñada Leonor Alvarado Mendoza. Fernando y Juana tuvieron cuatro hijos que fallecieron de corta edad. Era un importante terrateniente de la villa; aunque, su principal actividad económica se centró en los censos. La guerra con Portugal fue una coyuntura favorable para colocar dinero a censo en particulares y Concejos que se veían apremiados por las deudas. La relación de los deudores que figura en su testamento confirma su dedicación censualista y también las dificultades de cobro en aquellas circunstancias bélicas, aunque siempre les quedaba el recurso del embargo, tremendamente efectivo pese a su lentitud, y la percepción de elevadas costas y gastos por la cobranza de los morosos. Así, los Concejos de Calera y Puebla de la Reina le adeudaban en ese momento importantes cantidades, igual que un total de veinte particulares de diversas localidades.
Fernando, Juana y Leonor fallecieron a los pocos años de la fundación. Se enterraron en la Parroquia de la villa a la espera de que se terminara de construir la Iglesia del Convento. El 25 de noviembre de 1717 se procedió al traslado de sus restos a la sepultura que desde entonces ocupan junto a las gradas del altar[2]. Estas muertes ocurridas cuando se estaban dando los primeros pasos de la fundación no permitieron que, por sí mismos, pudieran llevar a cabo las cláusulas de las capitulaciones, y así la conclusión de la fábrica del Convento se fue retrasando años y años.
Los ingresos del Convento estaban en las rentas dejadas por los fundadores y las aportaciones de los fieles. Las primeras fueron disminuyendo por una administración poco eficaz y por el descenso de los tipos de interés, que bajaron del 5 al 3 por 100, a comienzos del siglo XVIII. En cuanto a las limosnas de los vecinos y las mandas de los testamentos eran numerosas, pero insuficientes.
Una curiosa circunstancia ha permitido que podamos reflejar la que, por la fecha en que se produjo, bien pudiera ser la primera limosna que recibiera el Convento. En julio de 1656, en el lugar donde se empezó a construir el Convento tres niños encontraron una bolsa con dinero (tres doblones de oro y sesenta reales de plata), que depositaron ante la Justicia; Sebastián Rodríguez demostró que eran de su propiedad, ganados con su trabajo, y señaló que por ser forastero, en el anterior mes de enero, para guardarlos, los metió en un hoyo que hizo en el ejido de la villa. Y, en escritura pública, hizo donación de estos dineros al Convento "por la mucha devoçión que le tiene, para conprar çera, ávitos y otras cosas neçesarias para el serviçio del culto divino".
Hasta finales de 1697 no se concluyó la Iglesia, aunque la portada lleva inscrita el año 1694; el 14 de septiembre de 1698, día de la Exaltación de la Cruz, se colocó en ella el Santísimo Sacramento con gran solemnidad, y al año siguiente se consagró la campana. Sin embargo, la Provincia franciscana tuvo que ayudar en gran medida a la Comunidad de Almendralejo para la terminación de las obras, que hasta 1785 no concluyeron oficialmente[3].
[1] Esta calleja no ha perdido esta tradición escolar, al menos en sus sucesivas denominaciones: en 1910 se encontraba sin nombre y se le dio el de calle Colegio en reconocimiento al que entonces existía en el ya desamortizado Convento, honrando posteriormente con su nombre a uno de los directores de ese Centro, Miguel Antolín Romero de Tejada, que es la denominación que actualmente tiene, englobando también a aquella antigua calle de la Piedad que hemos citado.
[2] Ver Zarandieta Arenas, F. (2010), Crónicas almendralejenses de ayer y de hoy. El Libro del Cronista, I (2009), p. 197.
[3] El 28 de septiembre de 1835 se cerraba definitivamente el Convento, debido a las leyes desamortizadoras; los frailes habían sido expulsados unos días antes. Empezaron a tener vida independiente la Iglesia y el resto del edificio.