plazadetorosbEl Consejo de Gobierno de la Comunidad Autónoma en su reunión de hoy, 9 de septiembre de 2014, ha aprobado un Decreto por el que se declara Bien de Interés Cultural, con categoría de Monumento la Plaza de Toros de Almendralejo.

El expediente para su declaración databa de 1991 y ahora llega, por fin, el ansiado título cuando la Plaza de Toros se acerca a su 171 aniversario. Permítanme que como homenaje y felicitación a todas las generaciones de aficionados que ven ahora recompensada su alegría por la declaración institucional, recoja algunas frases que ya escribiera en la Revista de la Peña Taurina “Luis Reina”, de 1996, como resumen de la emocionante aventura que supuso para los miembros del Colectivo Ideal la publicación en 1993, de la obra “La Plaza de Toros de Almendralejo. 150 aniversario, 1843-1993”, coordinada por José Ángel Calero Carretero, José Morán Nieto, José Sierra Pérez y quien hace ahora esta crónica.

Almendralejo y su Plaza de Toros han permanecido unidas a lo largo de estos ya cumplidos ciento setenta años, por lo que quisiera preguntarme qué hay de permanente y de mudable en esta relación, qué aporta a la historia de nuestra ciudad el conocimiento de lo que ha sido y significado el Coso de la Piedad para los almendralejenses y si existe algún paralelismo entre la historia de nuestra Plaza y la historia de nuestro pueblo.

Podemos acercarnos a la historia de la Plaza de Toros desde el punto de vista económico, considerándola como una empresa de servicios que a lo largo de ciento setenta años ha producido unos beneficios o ha arrojado unas pérdidas a sus propietarios o arrendatarios. La tendríamos muy cercana si la consideramos como una zona de recreo donde los almendralejenses se han reunido de vez en cuando para disfrutar, o penar, en uno de los espectáculos más representativos de nuestra idiosincrasia. Tal vez fuera posible considerarla como un bien de interés turístico que atraía sobre nuestra ciudad la presencia de forasteros, que originaba economías externas, como las del gremio de la hostelería o las relativas a comunicaciones y transportes, y que daba una imagen de Almendralejo más allá de los límites de la ciudad y de la comarca. No estaría mal el estudiarla como una más de las plazas del escalafón taurino, que tendría en el interés de los diestros y de sus apoderados una determinada importancia cualitativa, de prestigio, y cuantitativa, de remuneración por los servicios prestados. Es presumible que si la consideramos como un edificio enmarcado dentro del entorno urbano de la ciudad, se nos presente en consonancia con el Parque, el Museo Devocional, el Museo de las Ciencias del Vino y la Ermita de la Patrona, que parece cobijar a los arriesgados actuantes del Coso, y el enfoque arquitectónico de su silueta, recortada junto a los jardines, sea el que perdure en nuestra retina.

De estas y de otras muchas maneras es posible acercarse a la Plaza de Toros de Almendralejo, pero lo que quisiera en este momento es buscar esa simbiosis que se adivina y se comprueba entre Plaza y Ciudad, considerando a las dos como seres vivos que tienen su desarrollo propio, pero las más de las veces coincidentes porque, en definitiva, son partes de un mismo proceso histórico.

La Plaza de Toros surge en 1843 debido al crecimiento económico que Almendralejo posee, sobre todo, desde la década anterior, una vez remontada la epidemia de cólera de 1834. Unos seis mil habitantes pueblan la villa que registra una auténtica explosión demográfica facilitada por las mayores posibilidades de acceso a la propiedad de numerosas familias y la diversificación de los cultivos (olivares, viñedos..., además de los tradicionales cereales) que propicia también un aumento en la demanda de trabajo. Los repartos de los bienes de propios en los primeros años del siglo y la liberalización de las propiedades vinculadas habían dado una gran movilidad al mercado de la tierra.

El crecimiento de población a lo largo de los primeros cincuenta años del siglo había supuesto un aumento en la superficie habitada, con la prolongación de calles existentes, como Palacio, Esparrilla, Piedad, Escusada, Sol, Mártires, Pilar, Harnina, San Antonio...; la supresión de callejas, la formación de alineamientos y la creación de nuevas calles (Villafranca, Carrera, Fuente, Pozo, Jaén, Palomar). Numerosos silos rodeaban la villa dando fe de la riqueza cerealista de sus campos y el impulso económico se muestra, además, en el deseo por diversificar las actividades productivas. Abundan, sobre todo en los años cuarenta, las Sociedades Mineras, aunque tuvieron una vida efímera, y aparecen los primeros comercios en Almendralejo, además del interés por la fabricación de aceites, vinos y aguardientes. Ocho lagares, multitud de bodegas y unos cuarenta alambiques constituían las principales industrias.

En 1842 se constituía en la villa la Sociedad Económica de Amigos del País, bajo la presidencia del Marqués de Monsalud, y en 1851, Isabel II elevaría la villa de Almendralejo a la categoría de ciudad. Por otra parte, la enseñanza constituía una preocupación importante de los ayuntamientos de la época hasta el punto de destinar durante varios años la cuarta parte de sus presupuestos para este servicio público que les competía. En el Convento desamortizado de las Concepcionistas de la calle Harnina se instalaron, al efecto, escuelas de primera enseñanza, que todavía perduran.

En este ambiente de auge económico surge la Plaza de Toros como resultado de la preocupación de una serie de personas de la localidad constituidas como Sociedad para tal fin. Hasta entonces los festejos taurinos se habían venido celebrando en el actual Parque de Espronceda que se cercaba, para el acontecimiento; pero la categoría que iba adquiriendo la villa la hacía merecedora de que se la dotase de un coso singular y permanente.

Durante un largo decenio disfrutó Almendralejo de esta bonanza económica, hasta que la crisis de 1857 y las escasas cosechas de los años sesenta detuvieron el movimiento alcista y lo alteraron, además, con revueltas e intranquilidad social. No deja de ser significativo que la serie de carteles conservados hasta el señalado año 1857 anuncien en el Coso almendralejense a grandes figuras del momento como “Paquiro”, “El de la Santera” o “Cúchares”, y que a partir de esta fecha no se nos han conservado (y podemos cuestionarnos si existieron) carteles hasta el año 1877, salvo uno de 1864 y otro de aficionados del año 1872.

La Plaza crece en el número de localidades y en comodidad para los aficionados en el año 1881, en la primera reforma detectada. Atrás ha quedado la crisis. Los años que discurren entre 1878 y 1884 muestran síntomas de importantes progresos en la ciudad. Aparecen los primeros periódicos locales, “La Revista de Almendralejo”, “La Verdad” y “El Centinela”; y la oferta educativa se amplía al fundarse el Colegio de Segunda Enseñanza “Nuestra Señora de la Piedad”.

Se había inaugurado la Estación de Ferrocarril y la riqueza discurría por el tramo Mérida-Zafra, luego ampliado hasta Sevilla. Los jardines de la Piedad lucían sus cinco paseos a distinta altura y la gente disfrutaba los domingos por la Escalinata o podía asistir a las funciones del recién inaugurado Teatro de Espronceda.

La Plaza de Toros refleja este progreso con las actuaciones de importantes diestros como “Cara-Ancha” o “Espartero”, cuyas actuaciones nos son ahora mejor conocidas por las reseñas de los cronistas locales, como Cipriano Montero de Espinosa o el que firma con el seudónimo de “El Tío Currodulce”.

Después, vendría el cólera del año 1885 y la gran crisis agrícola y pecuaria de la última década del siglo, suavizada un poco por el auge del viñedo que gozó durante unos años de las ventajas de la epidemia filoxérica en Francia. Pero también el insecto llegó a nuestras vides en 1897 agravando una situación, que no vería despejados sus horizontes hasta los comienzos de la segunda década del siglo XX. En estos años, progreso y miseria se dan la mano.

Se instala la Estación Telegráfica y se inaugura un nuevo Palacio de Justicia. Surgen nuevos periódicos (“La Hormiga” y “El Monitor Extremeño”). Llega el alumbrado eléctrico y se constituye la Comunidad de Labradores. Se crea la Caja Rural de Almendralejo. Se abre el Hospital de San Juan Bautista y se funda la Sociedad “El Obrero Extremeño”, pero los braceros lo pasan mal, ganan un exiguo jornal y no tienen ninguna seguridad en su trabajo, y aunque se hicieron algunos intentos por remediar su situación, como la construcción de obras públicas, en particular, la carretera de Alange; la fundación de una Tienda-Asilo donde se les libraba el hambre; o la creación del Hospital de San Juan Bautista donde se les acogía en su enfermedad, no eran suficientes. La población no crecía y el censo de 1897 contabilizó menos habitantes que el de diez años antes.

Vuelven a escasear los carteles. Y los actuantes no son en ese momento primeras figuras. Es posible que las hubiera, pero no deja de ser ésta una nueva coincidencia del paralelismo entre la Plaza y la Ciudad.

A comienzos de los años diez del siglo XX hay un nuevo auge de la economía almendralejense. Aunque no expongamos ahora en detalle la génesis y el desarrollo de este movimiento alcista, sí recordaré el escaparate en que la ciudad se presenta a la comarca y más allá de sus límites: la Feria de Las Mercedes. Superada la crisis finisecular los agricultores y ganaderos, a favor de una política proteccionista, aumentaron cuantitativa y cualitativamente sus producciones, y buena prueba de ello fue esta feria de ganados que a lo largo de una década se estuvo celebrando en el mes de septiembre. La guerra europea lejos de detener este avance, lo estimuló, sobre todo en los años 1916-18. Se plantearon ya el tema de la calidad de los vinos, para lo que se fundó en 1914 una Estación ampelográfica y enológica.

La Plaza reaccionó como un ser vivo y en 1912 se hizo más esbelta, más galana y más señorial con una reforma que ha llegado hasta nuestros días. Y la Feria de Las Mercedes era el punto de atracción de buena parte de la provincia, en la cual no podían faltar los toros con los toreros más punteros (Vicente Pastor, Curro Posada, “Joselito”...). No obstante, estos años son también los de la desaparición de la Sociedad Propietaria de la Plaza que no pudo superar los gastos ocasionados con la reforma de 1912 y quedó en manos, primero de cinco accionistas y, al final de la década, de dos de ellos.

Ahora bien, la guerra europea había creado un desarrollo ficticio, sólo coyuntural. Los precios y los impuestos habían subido mucho durante la misma y también los salarios, por lo que cuando concluyó la contienda y desaparecieron las condiciones favorables para la exportación, la inflación de costes originó un descenso en la producción.

Y la Plaza lo siente, y se resiente. Las anteriores corridas de Las Mercedes se ven sustituidas, año tras año, por novilladas de escaso relieve, salvo algún cartel singular, como la venida de Antonio Cañero o la corrida de toros de 1929, ese año sí, en que intervino Cayetano Ordóñez. Y no importa que gobierne la Dictadura, ni la Dictablanda, ni la República, que nuestra Plaza no se alegra con el aire toreril de otras tardes.

Y luego llegó la guerra de 1936 y la dura posguerra. Próxima a cumplir los cien años la Plaza cambia de dueño, en octubre de 1942, pasando a ser propiedad de Alfonso Iglesias. La situación socioeconómica de la ciudad no permite que este cambio se traduzca, de momento, en una mejora en cuanto a espectáculos taurinos se refiere. Con todo, la segunda mitad de los años cuarenta discurrió con actuaciones de notables novilleros, como “Litri”, Aparicio, Antonio Ordóñez o Manolo Vázquez, pero el siguiente quinquenio, 1951-1955, resultó bastante anodino.

La emigración que comienza a despoblar Extremadura desde los años sesenta, empezó a manifestarse antes en Almendralejo que ya pierde población entre 1950 y 1960. Esto sirvió de acicate para realizar una pequeña revolución agrícola, que consistió, principalmente, en el injerto de aceituna de verdeo en los olivares y en la multiplicación del viñedo, que al amparo de unos años favorables a las cosechas, logró detener algo esta emigración masiva, manteniéndose, prácticamente, en la misma población absoluta hasta 1975. ¿Podemos decir que la Plaza se alegra, que respira más hondo como cuando algo que nos oprime afloja su presión? Yo intuyo que sí.

Los empresarios que ahora la gestionan lo hacen durante periodos más largos. Francisco Casado Mansilla comienza en 1956 con el plato fuerte de “Chamaco” y lleno en la Plaza. Y así los dos años siguientes, aunque los tres que faltaban para concluir el contrato los resuelve “con una faena de aliño” dando tres novilladas sin importancia. No entro en los motivos, sólo en los resultados. Raúl Recuero es el empresario del sexenio siguiente, y también comienza con buen pie, en 1962, con lleno, buenos toreros y buena ganadería, la de don Félix. En esta época de madurez de nuestra Plaza la visitan “Pedrés”, César Girón, “Palomo Linares”, Jaime Ostos, “El Pireo”, y “El Codobés”, Paco Camino y Manuel Amador, que compusieron la corrida conmemorativa de las Fiestas del III Centenario. Y cuando la gestiona Antonio Ródenas, en los seis años que van de 1968 a 1973 se sigue una tónica parecida. En los carteles aparecen “Paquirri”, Paco Camino, Falcón y Curro Romero, aunque éste dio la “espantá”.

Buenos carteles en una población que estaba comenzando una nueva etapa de desarrollo económico y social. Almendralejo se va a ir configurando hasta nuestros días como uno de los núcleos importantes de la economía regional, con sus crisis, sus velocidades y retardos y sus sacrificios y sacrificados, que de todo hubo. Desde el punto de vista agrario, el abandono del cereal va forjando un casi monocultivo vitícola, con una presencia cada vez más modernizada de las prácticas olivareras. La industrialización de estos productos y el paralelo desarrollo de otros sectores, como la industria del metal, la construcción, la alimentación o los servicios, entre los que destaca su rango universitario, han hecho de Almendralejo una ciudad de múltiples funciones, con un amplio radio de influencia.

Este desarrollismo se quiere plasmar, como en otras ocasiones, en un escaparate festivo que atraiga a los forasteros y dé a conocer nuestros productos. Se planifica la Fiesta de la Vendimia, que, por lo que a la Plaza le concierne, supone ampliar la oferta taurina, si bien desplaza durante unos años hacia septiembre la corrida de toros de “La Piedad”, quedando en las fiestas patronales de agosto una novillada, en cuyo cartel suele ser fijo nuestro Luis Reina, cuya figura y ejecutoria tanto han contribuido a hacer afición en Almendralejo. No deja de ser significativo que a partir del momento en que Luis se doctora en tauromaquia el día de San Juan de 1980, los toros vuelven a la Feria de la Piedad, aunque sigan, pocos años ya, también en septiembre; y, por supuesto, con él como uno de los mayores atractivos de los carteles.

En 1975 la Plaza cambia de dueño, pasando a propiedad de la Sociedad “Extremeña de Espectáculos, S. A.”, de la que era consejero-delegado Antonio Ródenas, que en noviembre de 1988 la permutó por el Hospital de San Juan Bautista al Ayuntamiento, su actual propietario, como es bien sabido, que, en muchas ocasiones ha abanderado la continuidad de los festejos.

Los árboles ya no nos dejan ver el bosque, quedemos a las generaciones venideras la tarea de juzgar e historiar nuestro presente. La declaración de la Junta al considerarla BIC debe proporcionar un nuevo impulso. La vida de hoy, mañana será historia, tal como es hoy, con sus luces y sus sombras. Y en esta dicotomía de lo que es, de lo que ha sido y de lo que permanece, reconozco que para mí el Coso de la Piedad, nuestra Plaza de Toros, no será ya simple testigo mudo de lo que acontece, sino parte activa de nuestra propia historia.