Con algo más de catorce mil habitantes, Almendralejo se encontraba a mediados del segundo decenio del siglo XX, en una excelente posición dentro de la provincia. Era la quinta ciudad en cuanto a contribución por su riqueza territorial, urbana, industrial…, detrás de Badajoz, Don Benito, Mérida y Jerez de los Caballeros; había superado la crisis filoxérica y ampliado sus viñedos, estaba construyendo, aunque con grandes dificultades económicas por parte del Estado, una Estación Enológica, exportaba cereales, vinos, alcoholes, aceites y lanas en notables cantidades. Aunque todo no eran luces, como siempre; también las sombras de las malas cosechas por los temporales se asomaban a la ciudad, y las solicitudes para ser incluidos en la Beneficencia municipal, en el padrón de pobres, o para pedir el abono de la lactancia de los hijos aparecían en casi todas las sesiones de Pleno del Ayuntamiento que se celebraban semanalmente; y tampoco la situación de las Hermanitas de la Caridad que cuidaban del Hospital de San Juan de Dios era muy halagüeña.

Presidía la Corporación el conservador Pedro González Hurtado, abogado, natural de Alange, afincado en nuestra ciudad, de cuya sociedad “El Obrero Extremeño”, había sido presidente en 1906. Fue alcalde hasta 1922, y accedió al cargo por nombramiento real al ser Almendralejo cabeza de partido, acompañándole 18 concejales que se renovaban por bienio. Lo del acompañamiento es un decir, pues la media de asistencia a las sesiones fue de cinco concejales más el alcalde. No se abordó en este año ninguna obra municipal de importancia, salvo el mantenimiento de los empedrados de algunas calles, con material que se sacaba de la zona de San Marcos, o el arreglo y adecentamiento del Parque de la Piedad cuando se aproximaban las fiestas de la Patrona. Los temas políticos más discutidos estuvieron relacionados con la elección del Diputado a Cortes por el Distrito almendralejense, en el que volvió a salir el Marqués de Valderrey que, desde 1907 no había dejado de representarnos. Como era práctica habitual en aquel sistema electoral la victoria fue aplastante frente a su oponente, Manuel García Domínguez (10.227 votos frente a 925). En Almendralejo votó el 78% de los electores y el Sr. Pidal obtuvo el 99% de los votos, por ninguno de su oponente; hubo 14 en blanco y 11 “nulos” (en 8 casos, “la nulidad” la consiguieron poniendo en la papeleta el nombre “Espronceda”).

Las Fiestas de Nuestra Señora de la Piedad y la Feria de las Mercedes estuvieron muy concurridas y con gran asistencia de forasteros, sobre todo, los días de corridas. En agosto, hubo toros de Miura, que pese a su fama estuvieron regulares, y novillada de Albarrán; en septiembre, dos novilladas. Recordamos el resumen de la corrida de agosto. “Caballos, 8” decía la prensa y ya imaginamos la expresión. Torearon Francisco Martín Vázquez y su hermano Manuel, que se anunciaba como Vázquez II. “Curro Vázquez ha estado admirable toreando de capa y con la muleta, y colosal matando. Ha sido ovacionado y obtenido la oreja y el rabo. Vázquez II valiente toreando, siendo ovacionado y alcanzando una oreja. El banderillero Bazán ha sido corneado y magullado”.

Y concluimos con unas breves notas de cultura y sociabilidad. A finales de año, un nuevo semanario veía la luz en Almendralejo, “La Patria Chica” que se anunciaba como revista semanal independiente y de noticias e intereses generales; en su primer número venía un artículo de Enrique Segura Otaño, muy encomiástico para Almendralejo, “un pueblo –decía- que proyecta luz y alegría”. Y el 14 de junio de aquel año, quedaba constituida con 33 socios el Círculo Mercantil y Agrícola, situado en el mismo solar del actual Círculo Mercantil, del que podemos considerar su antepasado directo. Fue elegido su primer presidente Juan Luengo Martínez: ofrecía prensa, juegos, café, algo de música amenizada por don Isidro, y de vez en cuando un baile.

Mientras esta sociedad comenzaba pujante, otra se encontraba “en liquidación”, acuciada por las deudas. Se dispuso en 1912, de acuerdo con todos los accionistas y la Directiva, reedificar la Plaza de Toros, anunciando que la obra no costaría nada a los accionistas; pero el coste de las reformas superó lo presupuestado y las expectativas financieras no tuvieron los resultados apetecidos. La falta de dinero fue avalada por tres accionistas, que intentaron, primero en una Asamblea y después en un acto de conciliación que cada uno de los 190 accionistas de la Sociedad abonara la parte alícuota que les correspondiera. Finalmente, los tres avalistas (José Gutiérrez Silva, Antonio Martínez y Martínez de Pinillos, y José Montero de Espinosa y Sánchez-Arjona) más otros dos accionistas (Antonio Díaz Arias y Francisco Cabeza de Vaca y Montero de Espinosa) adquirieron el dominio de la finca, disolviendo la Sociedad Plaza de Toros, al conseguir que 170 accionistas les cedieran sus participaciones como pago de la deuda, en ciertas condiciones, que narrábamos en el libro realizado hace unos años por el Colectivo Ideal: “La Plaza de Toros de Almendralejo, 1843-1993. Hasta aquí, nada novedoso. Estos cinco señores inscribieron el dominio sobre las citadas 170 acciones, por quintas partes pro indiviso, a su nombre el 18 de marzo de 1916.

Uno de los herederos de una de las acciones no inscritas era Guillermo García Romero de Tejada, el que años más tarde fundara y dirigiera “El Defensor de los Barros”, quien entabló recurso contra todo el procedimiento citado anteriormente. Por sus reiteradas denuncias hacia los nuevos propietarios, conocemos la existencia de una bodega instalada en las galerías de la plaza y corrales. Dejando para otro momento la historia completa, que ahora no procede, quede constancia de la confirmación documental de una “instalación industrial” centenaria en nuestra ciudad.

Porque, en tanto sucedían todas estas cosas, se estaba terminando de construir el majestuoso Gran Salón Teatro Cine Carolina Coronado, costeado por el almendralejense Pedro González Torres.