El Anuario fue presentado en el Conservatorio Oficial de Música de Almendralejo y contó, además de las intervenciones de algunos de los autores, con la colaboración de la Asociación Cultural Ventana Literaria y la participación de la Coral de Almendralejo que ofreció varias piezas con textos poéticos de Espronceda, y música de Juan Pérez Ribes y del propio Director de la Coral, Juan Bote Lavado.
Ofrezco mi visión particular de este año de Espronceda, tal como se recoge en el Anuario, p. 39.
Durante el año dos mil ocho, se han cumplido doscientos del nacimiento de José de Espronceda en el Palacio de Monsalud de Almendralejo. La villa que lo vio nacer, convertida en ciudad por la niña inocente de los románticos, a la que no llegó a ver reinar en España nuestro poeta, ha recordado al mundo de las letras, y ha vivido con sus vecinos, el año del Romanticismo por excelencia. Así lo será, ya siempre para los almendralejenses, el que apenas se nos está yendo de la vida y pasando a ser historia.
El pirata llegó en su barco, surcando el Atrio de la Piedad, para reivindicar con orgullo su amor a la libertad y su independencia frente a una sociedad y un mundo que les parecían absurdos y vacíos, haciendo de la poesía, mucho antes que estos términos fueran usados, un arma cargada de futuro.
Esta celebración ha venido a confirmar su vigencia como poeta universal. Se celebró al hombre que luchó por la justicia y la libertad, y se le hizo cercano a los niños, a los jóvenes, siempre enamorados de su poeta, símbolo juvenil en cualquier tiempo; a la mujer y al hombre, que todos trabajan por hacer su propia historia como pueblo.
Fue éste un año en que se ha expresado una manera singular de imaginar nuestras raíces y de formalizar grandes proyectos, integrando los esfuerzos de todas las instancias. Han sido muchas las miradas sobre Espronceda, que se ha visto acompañado de poetas y músicos de su época y de la nuestra; alcanzando especial relevancia las manifestaciones artísticas celebradas, teatro, cine, música, pinturas y grabados de su efigie, sus obras, las antiguas y las reeditadas, trabajos literarios y de divulgación, tertulias, cómic, recitaciones..., vida, que nos han acercado a su figura y a su época, a su sensibilidad, nunca encerrada y siempre fronteriza, recorriendo nuevas etapas a una velocidad insospechada. Así, Espronceda sigue siendo un poeta vivo en la medida en que continúan abriéndose nuevas posibilidades de abordarlo.
El intimismo angelical de la extraviada Violeta, dama de las camelias; la impetuosidad de Carmen, amante de la libertad; la fuga de Margarita de su convento y su reemplazo por parte de la Virgen; la candidez e inocencia de doña Inés; han ofrecido contrapuntos a su amada. Pero, Teresa es imposible de abarcar, se nos ha escapado vitalmente sublimada en los versos de su amado, ¿Por qué volvéis a la memoria mía...?
Le hemos acompañado por calles y plazas de su pueblo, en ruta romántica, hemos cantado sus versos y los niños han comenzado a conocerlo. No hemos estado solos en esta España compleja querida por Espronceda que aconseja a sus gobernantes que, si lo quieren hacer bien, estudien profundamente al pueblo porque no se parece a otro ninguno: nos acompañaron vecinos de la castellana Cuéllar, que acogió al poeta en su destierro; y andaluces de Alhaurín de la Torre, que unieron en un acto emotivo al cantor y a los destinatarios de sus desgarrados versos, por el fusilamiento de Torrijos, el almendralejense Fernández Golfín y otros muchos más que con su muerte dieron almas al cielo, a España nombradía, en aquella España intransigente y desdichada.
Se cumple una etapa, pero los castillos deben seguir en lo alto para que otras generaciones los reconozcan, con lo que los lazos creados durante este tiempo tienen que impulsar esa corriente que se ha creado y seguir en el futuro generando nuevas e importantes realizaciones. Un reto en la frontera de lo esproncediano.
Nunca se había hecho tanto y tan bien sobre Espronceda en parte alguna. La Ciudad se ha honrado, honrando al más ilustre de sus poetas. Así pasó y así lo dispuso Dios, y nosotros no hacemos sino contarlo (Sancho Saldaña, cap. XXIX).