El emotivo pregón vino a ser una confesión y unas reflexiones sobre los principales misterios de la vida de un cristiano inconformista que combate valientemente la mediocridad. A la espera de que aparezca, íntegro, en la Revista de Semana Santa del próximo año, ofrecemos una breve síntesis de su intervención.
El pregonero rememoró, de inicio, su infancia, "los días en que mis ojos de niño intentaban descubrir quién se escondía tras el capirucho que andaba cansino por algunas calles de nuestro Almendralejo. [...] Y no olía a cera, por aquel entonces. No. Y no se sentían los pasos de costaleros. No. Todo se resumía a un cómodo cirio de madera, con una socorrida bombillita que lucía a pilas. Ejemplo y metáfora perfecta de lo que ha podido ser nuestra vida de cristianos o de ese cristianismo a la carta: un Dios sin cruz, una muerte sin sufrimiento, un amor sin pasión y una pasión sin amor".
Como buen discípulo de San Francisco, comenzó su meditación sobre la Pasión, por el Cristo de la Buena Muerte; asumiendo "no con gusto, sino con el realismo sincero que traspasa mis sentidos, el papel y el antifaz de verdugo. Porque - añadió- así me siento siempre que hablo de Cristo o con Él. Así siempre me siento cuando hablo del Maestro. Y aunque este disfraz, a juego con mi cadalso, me viene como anillo al dedo, no me libera, sin embargo, de mi culpa. La única ventaja es que, al menos, me hace estar más cerca, por momentos, del reo más inocente, santo y bello que jamás hubo, ha habido y habrá en esta nuestra tierra de aperos".
Tras la muerte, el Santo Entierro: "¡Quién nos iba a decir que un féretro iba a dar para tanto! ¡Quién nos iba a contar que contemplando un catafalco pudieran visitarnos tantas preguntas y tantos estragos!" Cautivo le llevaron allí sus pasos, ante la muerte no encontró ninguna Merced y quiso irse con ella. "Y Tú, Dios mío, -dijo el pregonero- miraste a la muerte cara a cara, como al peor mal: para que la solución sembrara de esperanza entre tu ayer y nuestro jamás. No pudo resistir tu mirada aquella, que en sus fauces mostraba la sangre del odio, del rencor, de la envidia, de tanta rabia contenida frente al amor que todo lo puede, todo lo da y en todo nos anima".
Cuando contempla al Cristo del Amparo sólo encuentra el silencio humano, cercano y tierno, ante el abandonado por el Padre. "Silencio, silencio, no más - exclama-. Que si bien no me resigno ni me conformo con el vacío, sé que el sentido no lo dan las palabras sino tu imagen que pende de un leño. ¡Qué locura, qué barbarie! Pero de amor. Porque la muerte no es ni un premio ni un castigo, sino un paso más en esta vida".
Y en la Soledad ve a la madre atravesada por la espada del dolor, misterio de ayer y de siempre en este valle de lágrimas: "Pues es en soledad como cada uno de nosotros pasamos el trago final; aunque estés rodeado de gente. La gente, por mucho que te quiera, no te ahorra la soledad. Hay momentos que sólo los atraviesa uno; y uno en soledad. A veces es más doloroso porque sabes que a esa gente le pueda doler igual o más. Pero, ¡gracias, María! Por tu soledad ejemplar: la que confía y se fía aquí y en la eternidad".
Soledad también la hubo en la Oración en el Huerto: "¡Ay, Señor! Quiero y no puedo -confiesa-, quiero velar contigo un momento, aunque sea un breve momento, pero me pesa el sopor y el aburrimiento. Y no tengo fuerzas para compartir los sudores de los que sufren como Tú. Quiero despertar del sueño y de la tristeza que tengo, pero me falta la confianza que tienes en el Padre. Soy un cristiano a la carta. [...] Me apunto a la gloria, Nazareno, pero no me llames por el huerto, ni por el Gólgota, ni por el Calvario. [...] Quisiera regar los surcos de ese huerto que es mi corazón con las lágrimas de mis errores y mis pecados, pero se secan antes de caer a la tierra, porque tú, Señor las enjugas con el paño de las tuyas".
Porque Jesús, recordó Fray David, no vino a eliminar el sufrimiento sino a transformarlo; a mostrarnos su cercanía en nuestras angustias y a enseñarnos que su Gran Poder es el del amor: "A veces hemos querido darte un poder, pero un poder del nuestro. Del de esta tierra. Y ese no es el tuyo. [...] Tu poder es el amor. Tu amor se da en lo sencillo y cotidiano, en lo frágil y en lo humilde. [...] Todo cambia cuando vemos un Dios cercano y compasivo, comprensivo y que perdona".
La Semana de Pasión no puede tener para los cristianos otro final que la figura de El Resucitado. El pregonero exhortó a que se viviera la resurrección, ya que "desde entonces, Jesús vivo se nos sigue apareciendo a todos pero dentro de la comunidad". Porque, "¡Qué sería de toda esta sarta de verdades, enteras o a medias, en cualquier caso, desmoralizantes algunas, otras tristes o similares, si Cristo no hubiera resucitado! Vana sería nuestra fe, diría el de Tarso- Pablo-".
A modo de conclusión, reafirmó su experiencia de que "el Dios hecho hombre en Jesucristo es bueno. Infinitamente mejor, más cercano, más amigo, más alegre y más grande que lo que nosotros podemos imaginar. [...] Dios es amor. No es que Dios ‘tenga' amor hacia nosotros. No es que ‘sienta' amor hacia ti o hacia mí. No. Dios ‘es' amor. De Dios sólo puede brotar amor. Dios nos quiere desde siempre y para siempre. Nadie le obliga a querernos. Él es así. El misterio de Dios consiste en ‘amar'. Nunca retira su amor a nadie. Ni incluso a los que le mataron o le matamos". Y, después de subrayar que somos libres para vivir como queramos, cerró su intervención indicando que "Dios no cambiará. Te estará amando siempre. Sólo buscará tu bien. Acércate a una cruz e intenta creer en Él de otra manera. Así os lo recomienda un amigo. Porque si no es de esta guisa, ya pueden venir Semanas Santas, Jueves Santos y Vigilias, que -como dice Quevedo en ‘El Buscón'-, ‘no cambia de vida aquél que cambia de lugar, y no así de artes y costumbres'".