Vamos a celebrar dentro de unas jornadas la festividad de San Marcos y el Día del Libro. Nadie mejor para enlazar estos dos acontecimientos que la figura de un sacerdote almendralejense que llevó el nombre del santo evangelista y que fue un gran amante de los libros, hasta el punto que existió el reconocimiento de su dedicación al estudio de Almendralejo, póstumo como casi siempre, honrándole, y honrándose, la Biblioteca Pública Municipal con su nombre. Me refiero, a Marcos Suárez Murillo.
Nació en nuestra ciudad el 30 de enero de 1880 en la casa número 18 de la calle Esparrilla, de entonces, siendo sus padres Antonio Suárez Ortiz, guarda rural, y Marcelina Murillo Navia, que como la inmensa mayoría de las mujeres de su tiempo se dedicaba a las tareas de su hogar. Fue bautizado, al día siguiente, por su tío Lorenzo Navia, y se le impusieron los nombres de Marcos y Claudio.
Tío y sobrino vuelven a aparecer unidos en una noticia que difunde la prensa local ("Monitor Extremeño", de 30-9-1894). Se glosa en ella una comunicación del Vicario Capitular de la Diócesis, al Director del Seminario Diocesano San Atón, en que se señala que: "Teniendo en cuenta las circunstancias recomendables que concurren en el seminarista don Marcos Suárez, natural de Almendralejo, y en nuestro deseo además de remunerar en parte los servicios de más de cuarenta años prestados a la Iglesia por el septuagenario sacerdote don Lorenzo Navia, tío del expresado seminarista, venimos en otorgar a éste media beca de gracia en el Seminario, además de la otra media que ya disfruta, siempre que en lo sucesivo continúe haciéndose acreedor a ella por su conducta y aplicación".
En 1911 fue nombrado profesor de latín y matemáticas del Seminario, cargo que tuvo que abandonar al poco tiempo por problemas de salud. Y a lo largo de esta segunda década del siglo desarrolló una intensa vida literaria, sobre todo, como colaborador del periódico pacense "El Noticierio Extremeño", donde se dieron cita las plumas más prestigiosas de la provincia, y como asiduo publicista en la revista "Archivo Extremeño".
En 1912 prologa un libro del canónigo Javier Sancho González, titulado "De cosas extremeñas y de algo más", con un trabajo aparecido en "Archivo Extremeño" en mayo de 1911.
Su mayor contribución a la historia de Almendralejo es la monografía que sobre la ciudad publicó en el número extraordinario que "El Noticierio" dedicó a la Feria de las Mercedes de 1912 (26-septiembre). Este trabajo pionero sobre el pasado de Almendralejo fue reproducido en dos ocasiones, en "Archivo Extremeño", en aquel mismo año, dedicado al Marqués de la Encomienda, y en el semanario local "Almendralejo", en 1956, a raíz de su fallecimiento. Es la primera historia impresa de nuestra ciudad, y la comienza con estas sentidas palabras,"Almendralejo, la capital lindísima de tierra de Barros...".
En 1914 reunió en un libro, "Extremadura y sus hombres. Las Escuelas Parroquiales de Los Santos", una serie de artículos que había escrito en la prensa sobre la figura y la obra del Cura de Los Santos, Ezequiel Fernández Santana que se adelantó a su tiempo como un gran promotor de reformas sociales a través de reformas educativas.
Al año siguiente prologa dos libros importantes, uno de enología, editado en Almendralejo, prueba evidente del auge que estaba tomando este sector (Diego García Romero de Tejada: "Procedimientos prácticos y modernos para la fabricación de vinos en Extremadura"). El otro, poético, debido a la pluma de Manuel Monterrey ("Palabras líricas"), en el que nuestro autor desarrolla una de sus aficiones y virtudes más apreciadas, la de la crítica literaria. En este último libro aparece un soneto, donde se nos hace un retrato del cura de Almendralejo.
Y de pronto, su figura desapareció de las revistas y diarios y se encerró en su casa de la calle Esparrilla y se dedicó durante más de cuarenta años a ser capellán de las Monjas Clarisas. Aquello sorprendió al mundo literario provincial que no se explicaba su proceder, llegando algunos a achacarla a la humildad propia con que llevó su sacerdocio, lo que no dejó de constituir, según otros, una gran desgracia cultural para Extremadura.
Lo que sí va a practicar en estos años de retiro público es la correspondencia privada, de la que era un consumado estilista, y con la que siguió manteniendo ese contacto con escritores y amigos. Conocemos la correspondencia con Reyes Huertas o con Monterrey y es lástima que no se conservara su archivo con las cartas que de todas partes recibía, pues el género epistolar en sus manos se convertía en una obra de arte.
Esta faceta de su vida retirada de la letra impresa fue, no obstante, extraordinariamente fecunda para su labor pastoral en Almendralejo, porque, como señalaran sus más íntimos amigos, el interés humano de su persona estaba por encima de su valor literario". Quienes lo trataron más cercanamente destacaron su preciso consejo, su humildad, su figura austera, su amor por el necesitado, la amabilidad, discreción y bondad que ponía en sus acciones, su puntualidad, rara virtud, y su talante profundamente humano y liberal. Gran conversador era el animador de una tertulia reboticaria, en la trastienda de la farmacia de José Alcántara Macías, y de sus últimos años tenemos algún texto escrito en las Revistas de Ferias de los años 1955 y 1956. En 1955 es una crónica histórica sobre el Convento de San Antonio y el de 1956, publicado a los pocos días de su fallecimiento, lleva por título "Memorias de un setentón", en la que rememoraba sus años infantiles y comentaba los cambios tan grandes que se habían producido en setenta años de recuerdos, en indumentaria, dietética (por usar sus palabras), deportes y forma de ser de sus paisanos.