carolinacoronadoCarolina Coronado, la poetisa romántica de Almendralejo, tuvo un amor de juventud, real o imaginario, en la persona de Alberto, a quien dedicó encendidos versos, -"yo tengo mis amores en el mar"-, y que parece desaparecer en un naufragio, ahogado en las profundidades del océano. El recuerdo del misterioso Alberto se desvanecería pronto ante la presencia real del norteamericano Horacio Perry, Secretario de la Legación de Estados Unidos en Madrid, desde octubre de 1849.

 

Descendiente de emigrantes irlandeses había nacido en el estado de New Hampshire, donde su padre era industrial y general de las milicias del Estado. Estudiante en la Universidad de Harvard no concluyó sus estudios de Derecho; de salud quebradiza asistió, más que intervino, en la guerra que entre Estados Unidos y Méjico y después le llegó el nombramiento diplomático que le llevó a Madrid.

 

Probablemente, en alguno de los salones de la sociedad madrileña tendría lugar el primer encuentro entre Carolina y Horacio. El conocimiento mutuo terminó en boda, pero ésta contaba con el importante inconveniente de la disparidad de religión de los contrayentes (Carolina, católica; Horacio, protestante, "de la secta de los unitarios"). El episodio de la boda ha sido tratado por los biógrafos de Carolina con gran ligereza y, al parecer, con inexactitudes. El historiador y sacerdote claretiano Federico Gutiérrez Serrano, investigando en el Archivo Secreto Vaticano (Sección Nunciatura de Madrid) ha ofrecido en su obra "San Antonio Mª Claret en Extremadura" (Madrid, Ed. Alpuerto, 1994) la versión contrastada con documentos.

 

Carolina y Horacio se presentaron en Gibraltar ante el Obispo Vicario Apostólico con el propósito de que éste los casara. El Obispo no consideró suficientes los documentos que les presentaron (dispensa de amonestaciones y fe de soltería y estado libre) y, aunque les indicaron que iban aconsejados por el Nuncio del Papa en Madrid, como no llevaban ninguna carta que los avalara, no se celebró el casamiento. En vista de esta situación, se marcharon al consulado de los Estados Unidos en Gibraltar y allí tuvo lugar la ceremonia del matrimonio protestante (10-4-1852).

 

Pero Carolina no quedó tranquila en su conciencia de católica y escribió a Juan Bravo Murillo, Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de Hacienda, para que intercediera ante el Nuncio, y también acudió al Cardenal Arzobispo de Toledo, Juan José Bonel y Orbe (pariente de Espronceda por parte de la madre del poeta; que bautizaría en 1853 a la hija de Carolina, que llevó el nombre de su madre) y al propio Nuncio buscando una salida a su situación. Se les aconseja que marchen a París y allí, en la Embajada española, de la que era titular Juan Donoso Cortés, se celebró el matrimonio por el rito católico (7/julio/1852), con la dispensa de impedimento de diferencia de culto, concedida por el arzobispo de París.

 

claretEl matrimonio siguió su vida en Madrid. Unos años más tarde llegaría a la Corte desde Cuba el arzobispo Claret para ser confesor de la Reina y desempeñar otros cargos y una intensa labor apostólica entre los madrileños. No sabemos cómo ni cuándo ni por qué se conocieron el matrimonio Perry Coronado y el Santo, pero lo cierto es que el día 7 de enero de 1860, San Antonio María Claret bautizó al marido de Carolina Coronado, según consta en los Libros de Bautismo de la Parroquia de San Sebastián de Madrid, a la que pertenecía la Iglesia del Hospital de Montserrat que es donde se verificó la ceremonia, en la que actuó de padrino el padre de Carolina, Nicolás Coronado.

 

A continuación el arzobispo Claret ofició la Misa de Velaciones y dio la Bendición Nupcial a los esposos, lo que igualmente queda reflejado en los Libros de Casados de la citada Parroquia (la bendición nupcial y el matrimonio eran dos ceremonias distintas, que, a veces, se hacían consecutivamente y en otras ocasiones, con largos intervalos de tiempo).

 

En aquella ceremonia Horacio Perry regaló al arzobispo Claret un pectoral con seis amatistas engarzadas en oro. Demasiado lujo para un humilde misionero que siempre vivió sencillamente, por lo que se lo devolvió a la familia que lo conservó como una valiosa reliquia. Pasado el tiempo, Pedro María Torres Cabrera, casado con Matilde, la hija de Horacio y Carolina, lo donó a la Adoración Nocturna de Cáceres y allí se encuentra rematando la Custodia que utiliza dicha Asociación.