El día 12 de marzo de 2010 tuvo lugar en el Centro Cívico de Almendralejo el II Pregón Taurino del Salón del Vino, a cargo de José Ángel Calero Carretero. El acto, que estuvo presidido por el Concejal de Plaza de Toros, Marceliano Martín Martín, fue presentado por el Cronista Oficial, Francisco Zarandieta Arenas.
Destacó el presentador las cualidades que adornan a José Ángel Calero para ser “un auténtico maestro en el arte de pregonar, con muchas corridas matadas en plazas de todo tipo, y excelente aficionado a la fiesta, trabajador incansable y persona enamorada de nuestra tierra, de nuestras costumbres y nuestras tradiciones más peculiares”.
El pregonero, después de alabar el rematado cartel de la del Salón en el Coso de la Piedad - Enrique Ponce, Julián López “El Juli” y Miguel Ángel Perera, con ganadería de José Luis Pereda - entró a tomar partido en el debate producido en el Parlamento catalán sobre la posibilidad de prohibir la corridas de toro en todo su ámbito territorial, “con profunda tristeza”, dijo, recordando aquellas primeras impresiones de la fiesta que albergaran su corazón y su cabeza, cuando su padre ante las imágenes de una televisión le iba “explicando y, sobre todo, haciendo[le] ver y sentir las distintas suertes, la variedad de lances, el duende del vuelo de la muleta o el misterio del temple”; porque si esta iniciativa se lleva a cabo “ningún padre podrá vivir y disfrutar un festejo con su hijo. Ni los niños catalanes en el futuro, tendrán la oportunidad de conocer y saborear todas las sensaciones y emociones que dimanan de ese maravilloso espectáculo que es la fiesta de los toros”. Y le entristece, además, por “el gran desconocimiento [...] de lo que es la fiesta más profundamente enraizada en la cultura mediterránea desde, casi, el principio de los tiempos”.
“Y me entristece -añadió- porque quien rechaza la fiesta de buena fe, sin connotaciones de ningún tipo, llevados de su bienintencionada defensa del animal, generalmente desconociendo lo que supone la cría del toro de lidia, no tendrán la oportunidad de disfrutar del cúmulo de emociones y sensaciones que se desprenden del enfrentamiento entre el hombre y el animal, el uno tratando de controlar su fiereza y, el otro, defendiéndose y mostrando su fuerza y su casta. Ni apreciarán la belleza que encierra la imagen de uno de los animales más poderosos, más profundamente estéticos de la creación tanto en el campo como en la plaza que, al ser lidiado, conjuga con su matador un óleo fugaz donde se armonizan el ritmo, el temple y el donaire. Ni vivirán la posibilidad de entender cuánta sabiduría, cuánta ciencia hay, sedimentada en el tiempo, en el torero que domina a su rival y, sin embargo, amigo necesario porque, mientras más complicado sea, más carga de maestría hay que poner en el ruedo. Ni, por último, sentirán la profunda emoción que se vive en la plaza, siempre que la pelea sea de verdad, que transmita la incertidumbre, el miedo y el peligro que se respira, que se corta en el ambiente, porque el torero se está jugando la vida en cada lance, en cada pase, en cada segundo de la lidia”.
“¿Qué es en realidad el toreo?”, se preguntó. Compleja respuesta que resumió con cinco pinceladas magistrales: es un arte efímero, instantáneo; tragedia y alegría a un tiempo, muerte y puerta grande, dos caras de una misma moneda, que se necesitan para darle grandeza a la fiesta; es una prueba de la inteligencia del matador, que sabe reconocer la singularidad de cada toro; y un hermoso ritual de vida y muerte, lleno de color y simbolismo, que hunde sus raíces en la aurora de los tiempos.
Para demostrar su carácter popular y tradicional, echó manos a su sólida formación arqueológica, histórica en general, argumentando que desde la antigüedad, el toro es un animal que conviviendo con el hombre, ha sido objeto de culto, sacrificio, caza y fiesta. Pieza de caza del “hombre paleolítico [que] hace más de 15.000 años decoró las paredes rocosas de sus viviendas temporales con pinturas y grabados plenos de realismo y naturalismo, en los que uno de los protagonistas principales será el toro y no el cazador”, manifestando así un gran respeto hacia este animal poderoso y fiero. Miles de años más tarde, hacia el 8.000 a. C., en los abrigos rocosos de Albarracín o Alpera, aparecen, además de escenas de caza, otras relaciones entre el hombre y el toro, un cierto juego entre ambos. Y en Cogul, por la misma época, podemos contemplar escenas de carácter festivo o cultual, en las que destaca “el papel fecundante y creador de vida que se le atribuye al toro en todas las culturas de la antigüedad”. Hizo, después, un repaso por las escenas de tauromaquia que realizan ágiles saltarines en las pinturas de Cnosos, los juegos de toros celebrados en los anfiteatros romanos, los toros alanceados por caballeros cristianos y moros en la España medieval antes sus damas, y los festejos organizados en las fiestas por las corporaciones gremiales o concejiles, hasta llegar a la normalización de la fiesta cuando el toreo a pie tome forma en el siglo XVIII.
Concluyó su intervención uniendo dos mundos mediterráneos, el del toro y el del vino, con estas palabras: “Hoy, que el mundo taurino está en entredicho en algunas regiones de España, Almendralejo es capaz de aunar dos elementos inseparables de nuestra cultura: toros y vino. Dos elementos que, en paralelo, conforman la urdimbre de la cultura mediterránea, de un mundo en el que han convivido en plena armonía la triada clásica -el cereal, la vid y el olivo- y la dehesa donde, desde tiempo inmemorial, ha vivido el toro, un animal único que ha sido capaz de ser a un tiempo objeto de culto y protagonista de un rito que nada ni nadie podrá hurtarnos”.