En los primeros días de diciembre de 2002 se realizaron una serie de actos en Almendralejo que llevaron a la firma del protocolo de hermanamiento entre las dos localidades. El más importante se encuentra recogido en el acta de la sesión plenaria del Ayuntamiento almendralejense del día 26 de noviembre en cuya sesión plenaria se acordó por unanimidad hermanarse con la ciudad de A Rúa, aprobar el protocolo que se adjuntaba y facultar al Sr. Alcalde para que, en nombre y representación del Ayuntamiento, suscribirera el Protocolo y documentos complementarios que se precisaran.
Lo que no ha visto reflejado en ninguna documentación oficial o periodística fue el saludo que en nombre del ayuntamiento tuve el honor de proclamar en el Salón de Plenos del Ayuntamiento en presencia de las autoridades locales y de la delegación ruesa que nos visitaba, y que fue retransmitido a la ciudad hermana. Hoy, veinte años después, lo doy a conocer para que forme parte de mi pequeña historia almendralejense:
Ilustrísimas autoridades, queridas amigas y amigos:
Agradezco a Ramón Gutiérrez y a nuestro alcalde José María Ramírez la oportunidad que me han brindado de participar en este acto, no tanto para ejercer de historiador del hermanamiento sino para expresar mis sentimientos sobre el mismo. Y, en primer lugar, quiero dar un saludo de bienvenida a nuestros hermanos rueses, que hoy nos acompañan, aquí y allá, compartiendo con nosotros este emotivo Pleno.
Benvidos. Dende Almendralejo, no corazón da Terra de Barros, vos saudamos e vos acollemos como sabe facer esta Cidade da Cordialidade, e máis énchenos de ledicia que teñades vido da fermosa terra de Valdeorras para concluír esta relación de irmanamento.
De todos es conocido el origen de este encuentro entre rueses y almendralejenses. Corría el año 1996 y nuestra ciudad se enorgullecía porque su equipo de fútbol, el C. F. Extremadura, había conseguido el ascenso a la Primera División. Había que hacer una buena pretemporada, había que preparar con ilusión el debut en la máxima categoría nacional; y entonces apareció el alcalde de un municipio orensano, José Vicente Solarat, que abrió sus puertas al Extremadura y se ofreció para albergar aquellos días de preparación en un ambiente propicio: la localidad de A Rúa.
El deporte que, a veces, desgraciadamente, enfrenta aficiones, entidades y pueblos, ha ofrecido, en nuestro caso, su cara más noble, la que siempre debiera tener, para hermanar, no sólo a dos aficiones, sino a dos pueblos.
Desde entonces han sido varios y gratos los encuentros entre vecinos e instituciones de las dos localidades, que están en la mente y en el corazón de todos: los productos de la tierra, el deporte, el nombramiento de embajador de A Rúa en Almendralejo en la persona de Juan Francisco Sánchez, los contactos institucionales y la música, entre otros, han sido los eslabones de una cadena que nos ha ido uniendo cada vez más.
Hermanar es juntar, hacer compartible o armónica una cosa con otra, reunirlas o tenerlas juntas; y hermanamiento es un vínculo entre dos ciudades con alguna base semejante. A Rúa y Almendralejo tienen esa base, hay entre ellos importantes semejanzas.
Venís de la tierra más antigua de Hispania, emergida en la era arcaica cuando el resto peninsular yacía bajo las aguas, a estas otras tierras mucho más recientes de los Barros terciarios; pero formamos una misma unidad morfológica que aprovecha los dones que la Naturaleza les ha ido preparando lentamente, muy despacio, con cariño, como todo proceso geológico, originando las pizarras que dan fama mundial a vuestro valle, y los barros que lo dan al nuestro por la excelencia de sus vinos.
No he tenido todavía la fortuna de visitar A Rúa físicamente, pero también existe otra forma de conectar, otra empatía en la distancia entre personas que se consideran afines. Por ello, aún desde aquí, puedo recrearme en las espejeantes aguas del Sil, retenidas en el embalse de San Martiño, reflejando en su superficie la enorme mole del monte a cuyo pie se levanta la villa. Puedo entender el dicho popular “El Miño lleva la fama y el Sil el agua”, cuando leo la descripción que Madoz hiciera a mediados del siglo XIX sobre “aquel valle favorecido de la naturaleza y hermoseado por la industria de los hombres, donde la vid se mezcla con el almendro y otros árboles frutales, cuando todas sus cercanías están como de luto, cubiertas de escarcha, rocío y nieblas”.
Puedo imaginarme que ahora el ocre otoñal de los viñedos se une al gris de los tejados y al azul grisáceo del Sil, formando una paleta de colores, tan bella y tan distinta, en este caso, de nuestras planicies donde la tierra y el cielo se confunden en el horizonte, con otra gama cromática, la de los infinitos matices verdes y ocres de los suelos y los no menos bellos azules y rojizos de las puestas del sol. Y podemos ser solidarios y comprender y compartir la tristeza que ahora embarga a aquella hermosa tierra, con sus aguas y costas ennegrecidas, contaminadas por la ambición humana, y gritar también “nunca máis, nunca máis”, porque hoxe nos sentimos todos galegos; máis, hoxe somos todos galegos.
Los vinos ofrecen también otro motivo de hermanamiento, ya que tanto en la comarca de Valdeorras como en Tierra de Barros, se crían excelentes caldos, gracias a un clima templado y relativamente seco y al esmerado trabajo de los vitivinicultores cuyo esfuerzo ha conseguido el premio a la calidad reconocida de sendas Denominaciones de Origen, Valdeorras y Ribera del Guadiana.
En Valdeorras, el vino “mestre cantor de festas e turreiros, que vive no seu pazo soterraio”; el emblemático blanco de godello, amarillo, dorado o pajizo y de un fino aroma afrutado que recuerda a la manzana, y el tinto elaborado con mencía, de intenso color púrpura, ligero y sabroso, con quienes el poeta valdeorrés, Florencio Delgado Gurriarán, hace un “casorio”:
Casóu don Godello
con dona Mencía
e van pór a casa
polo “Val das Viñas”.
En Tierra de Barros son las variedades macabeo, pardina y tempranillo, entre otras, las que proporcionan blancos jóvenes y afrutados; tintos de crianza y espumosos que viven su formación casi monástica, apartados de cualquier ruido, para convertirse en cavas burbujeantes en el seno de bodegas subterráneas en las que hay que entrar de puntillas.
Hay razones, pues, afectivas, económicas, culturales para el hermanamiento, pero este no debe quedar solamente en un acto, en unas visitas mutuas de autoridades o vecinos que pasan unos días agradables en las localidades hermanas, en una entrega mutua de obsequios, en unos discursos; no puede, ni debe, ser sólo esto. Debe ser un deseo de abrirnos a nuestros hermanos de otra Comunidad española, demostrar por medio de la amistad y el intercambio que hay algo que nos une, enriquecernos con las diferencias culturales, enaltecer los rasgos propios de cada uno, promover el respeto mutuo hacia nuestras historias, conocer y valorar el patrimonio natural, crecer en nuestra personalidad, fomentar la convivencia aceptando las diferencias lingüísticas...
Para ello, es necesario que el hermanamiento se mantenga vivo a través de actividades que nos unan y que permitan un intercambio social continuo. Actividades de tipo deportivo, cultural o artístico, que busquen revalorizar las adquisiciones de nuestro pasado y de nuestras civilizaciones respectivas, en un espíritu de acercamiento, comprensión y tolerancia; actividades económicas y turísticas, que sean fruto de un fecundo contacto entre nuestros artesanos, comerciantes, industriales y agricultores; actividades educativas comunes entre los centros escolares respectivos, de formación y comunicación, en particular, para conocer mejor las raíces culturales en que nos asentamos; y, en definitiva, cualquier otra actividad que favorezca la construcción de una comunidad de pueblos, profundamente animada de un ideal de Paz, de Justicia y de Libertad.
Galicia y Extremadura son dos maneras de enriquecer esta España varia y común en que vivimos, dos formas de hacer y amar a España. En la voz de dos de nuestros poetas más representativos, ¡qué diferencia en los conceptos!, pero ¡qué unidad de sentimientos hacia la tierra!
Para Rosalía de Castro, Galicia es
Mimosa, soave
sentida, quixosa;
encanta si ríe,
conmove si chora.
Cal ela ningunha
tan doce que cante
soidades amargas,
suspiros amantes.
Luis Chamizo, por otra parte, dice a los viajeros que cruzan la tierra extremeña que
Si n’os podéis pará, meté pal bolso
este cacho e libreta,
y al pasá por aquí mirá pal cielo,
y endispués pa la tierra,
y endispués de miranos con cariño
principiar a leegla;
porqu’ella sus dirá nuestros quereles,
nuestros guapos jolgorios, nuestras penas,
ocurrencias mu juertes y mu jondas
y cosinas mu durces y mu tiernas.
Y sus dirá tamién como palramos
los hijos d’estas tierras,
porqu’icimos asina: -jierro, jumo
y la jacha y el jigo y la jiguera.
Y por eso, porque hay un pasado común y un sentimiento compartido, hemos querido hermanarnos; diría más bien, reconocer que estamos hermanados y que lo corroboramos con estas manifestaciones de amistad y cooperación. Deseo que sea una experiencia enriquecedora, que ayude a comprendernos y a respetarnos, fortaleciendo lo que es común y aprendiendo de las diferencias.
Amigas e amigos rueses, irmáns galegos, benvidos a vosa casa; bienvenidos a vuestra casa.