Diciembre de 1706. En el Convento de San Sebastián de Llerena, en una de sus celdas, un fraile franciscano consume los últimos momentos de su vida. Espera el viaje definitivo, la morada del descanso para quien ha tenido una vida ajetreada. Ahora tiene tiempo, su último tiempo, para pensar en lo que ha sido su vida.
Lleva el nombre de su patria chica, Almendralejo, donde su padre, Pedro Gutiérrez Calvo, ejerció de maestro. El Concejo pagaba a su padre un salario por enseñar a leer, escribir y contar a los hijos de los vecinos. Le abonaban también el alquiler de la casa, 200 reales anuales, y le daban otros doscientos más y arroba y media de aceite por hacerse cargo del mantenimiento del reloj de la torre. Y además, sobre estos sueldos escasos, tenía un importante privilegio: quedar exento de repartimientos y alojamientos de soldados.
Fray Pedro había nacido en 1640, el mismo año en que comenzó la guerra desastrosa con Portugal, desastrosa como todas las guerras, para Portugal y para España; y para Almendralejo, que al comenzar la contienda tenía más de mil vecinos y más de mil cuatrocientas yuntas de bueyes, y cuando acabó, 28 años después, le faltaban la mitad de los vecinos y sólo quedaban 400 yuntas; y, además, calles enteras desoladas, con muchas casas caídas y arrasadas y calles sin haberse podido reparar por falta de medios.
Los portugueses despoblaron los términos entre la frontera y Almendralejo y muchos vecinos abandonaron el pueblo. Los padres de Fray Pedro se fueron a Los Santos, de donde procedían, aunque después terminaron por volver a Almendralejo. Pudieron comprar la casa en que vivían y pasaron unos años en situación desahogada. Sin embargo, pronto vinieron los achaques de la vejez.
Su madre lo expresaba muy bien en su último testamento, en 1682, cuando contaba cerca de ochenta años: "declaro que a más de catorce años que mi hijo Fray Pedro del Almendralejo me ha sustentado a mí, María García, y a mi marido [fallecido el año anterior], porque nuestros años y achaques han sido tantos que si no fuera por el dicho Fray Pedro, mi hijo, según la presente providencia, fuera preciso pedir de puerta en puerta para sustentarnos".
Sus padres tenían empeñada la casa en esos momentos con un censo de 20 ducados en favor de la Cofradía de San Bartolomé. Su madre dejó la casa, en su testamento, a unas sobrinas que vivían con ella, repartió algunas limosnas e instituyó que a la muerte de estas sobrinas, se vendiera en pública subasta y su precio se entregara a la Orden Franciscana de la Provincia de San Gabriel.
Un día decidió entrar en la religión seráfica de San Francisco. Por aquellos años se estaba fundando el Convento de San Antonio en Almendralejo. Fray Pedro estuvo en el Convento varias veces, cuando iba a predicar la Cuaresma, por encargo del Ayuntamiento que tradicionalmente entregaba a la Orden por este ministerio la cantidad de 11.100 maravedíes (unos 326 reales).
Recuerda cómo salía con los vecinos a rezar el Vía Crucis los viernes, predicándole en las estaciones, parándose especialmente en aquella hermosa cruz que estaba en el Cabezo, entre la silera de Santa Ana y el pueblo.
Decían que predicaba bien, que tenía entendimiento perspicaz para conocer las Escrituras, facilidad de acomodarse según los asuntos y auditorios; la voz penetrante y clara; una razonable elocuencia y la persuasión del ejemplo; pero él no es más que un humilde siervo del siervo de Dios, Francisco.
A él, le gustaba sobre todo orar, por lo que le apartaron un tiempo del estudio sus superiores que decían que se ocupaba más de las devociones que de la teología. Luego, le nombraron predicador y ejerció como tal en muchas villas, y cuando fue visitador de la Orden Tercera también salía con el pueblo por las calles y plazas, cantándoles y predicando la doctrina cristiana.
Estando en Llerena en este mismo Convento de San Sebastián, marchó a Toledo a la Congregación general de 1673 y allí predicó un sermón sobre la vida de San Luis, el Obispo de Tolosa; y fue tal su aceptación que tuvo los honores de la impresión, con el título Espejo de prelados. Y dice, con un poco de vanidad: "Que Dios me perdone, me parece que es la primera obra de un hijo de Almendralejo que sale de la imprenta. Se hizo en Madrid el año de 1677, ¡vaya la vanidad por el amor a mi pueblo!"
También se publicó otra obra suya, en defensa de los privilegios de la Orden Franciscana, impresa en Sevilla en el año 1699, titulada Escudo Seráfico. Tuvo una gran difusión y se encuentra en todos los Conventos.
Sus últimos años han estado llenos de una gran tristeza. Morando en el Convento de Nuestra Señora de Aguas Santas, de Jerez de los Caballeros fue delatado ante la Inquisición, en relación con sus predicaciones. Declaró ante el Tribunal de Llerena el 8 de septiembre de 1704, y ahora estaba esperando el dictamen de la causa. La espera le consume. Moriría el 12 de diciembre de 1706, después de que se le hubiera comunicado verbalmente la resolución de su inocencia, aunque antes de la publicación definitiva de la sentencia.