En el año de 1526, Almendralejo recibió la visita del Emperador Carlos V, que llegó a esta localidad el domingo 4 de marzo, como final de una de las etapas del camino que desde Toledo hasta Sevilla le llevaba a la capital andaluza, para celebrar en ella, en el Salón de Embajadores del Alcázar hispalense, sus bodas con la infanta Isabel de Portugal, tal vez, la princesa más bella de la Cristiandad.
El Emperador llegó por la tarde, procedente de Mérida, y cenó y pernoctó en alguna de las casas principales de los notables almendralejenses, que las Crónicas no han recogido cuál pudiera ser. Al día siguiente, después de comer, prosiguió su camino para terminar la siguiente jornada en Los Santos de Maimona. Llegó a Sevilla el 10 de marzo y los esponsales tuvieron lugar al día siguiente.
Tendrían que habilitarse bastantes casas pues le acompañaba un numeroso séquito. Pero Almendralejo ya estaría preparada para ello, pues, semanas antes, también la novia había hecho jornada de descanso en la localidad, en su ruta de Elvas a Sevilla. La infanta portuguesa había sido entregada a la comitiva española enviada por Carlos, en un lugar intermedio entre Elvas y Badajoz, el día 7 de febrero y el 3 de marzo entraba en Sevilla: Isabel estuvo en Almendralejo un día de febrero de 1526.
Dice la historia que Carlos e Isabel, destinados a casarse, sin conocerse; se amaron en cuanto se conocieron. Sería su única esposa. En el cuadro de Rubens, que reproducimos, un reloj preside la mesa, como queriendo indicar la fugacidad del tiempo. Efectivamente, aquel matrimonio sólo duró trece años, pues Isabel falleció en 1539, cuando sólo contaba con 35 años de edad.