VII PREGÓN DE SAN MARCOS

VII Leocadio Moya
Leocadio Moya Murillo (2014)

INTROITO
Sólo siete días habían pasado desde que su madre lo trajo al mundo en la casa familiar de la callejita de la Cárcel, cuando le llevaron a cristianar. Era martes y la mañana se extendía luminosa, tibia, pero extrañamente silenciosa sobre la pequeña y habitualmente atareada ciudad. Ese día, aunque de diario, no se oía al panadero pregonar su mercancía mientras tiraba pausadamente de la brida para animar al mulo a seguir su marcha; tampoco Castro, con su peculiar carro mercante iba repartiendo la frescura de las gachís, que en esa ciudad, no se escandalicen, no eran señoritas, sino gaseosas. Ni el lechero proclamaba por los zaguanes a sus veceras: “La leeecheeeee”. Ese día, traspasado el arco de San Antonio, se desembocaba en una plaza solitaria, desierta como el escenario de un teatro sin función. Ese día era 25 de Abril, la ciudad era Almendralejo; y era la gira, era... ¡San Marcos!
DIRECCIÓN Y SALUTACIÓN: EL BAUTIZO DEL PREGONERO
Reverendos sacerdotes, señor presidente del Consejo de Hermandades y Cofradías, Ilmo. Sr. alcalde y autoridades, honorable hermano mayor y junta de gobierno de la Hermandad de San Marcos, querido hermano Ángel, que con juicio tan acertado me precediste la pasada Cuaresma en la cátedra de las hermandades almendralejenses, dignísimos pregoneros de San Marcos, hermanos, amigos..., escueta, pero profunda y sinceramente, ¡Gracias!
El pregonero de hoy cuenta con vuestra benevolencia para que le permitáis tomar el relevo de aquellos pregoneros cuyo silencio, como hemos visto, era precisamente indicio de romería; pero también para que le acompañéis en sus evocaciones. Y es que era el propio pregonero el neófito al que, en brazos de su madre, y rodeado de padre, hermana y abuelos, y a la vez padrinos, llevaban a bautizar en día tan señalado. Como señalado fue el trayecto que siguieron, pues traspasado el pintoresco y vetusto arco, acogió a la breve comitiva el bullicioso trinar de las innumerables aves que tenían por morada sauces, palmeras y magnolios de un parque cuyas esencias románticas fluían por doquier. Y es que, no en vano, el parque lo presidía la memoria de alguien, también nacido y bautizado en Almendralejo, alguien de cuyo estro brotaron tal vez los versos de mayor intensidad lírica de un movimiento precisamente tan lírico como fue el Romanticismo. José de Espronceda, pues es obvio que nos referimos a él, también se hacía materia allí. Un busto escultórico erigido entre bellas filigranas y deliciosas historias, de arte cerámico con gracia trianera y raíz extremeña, lo perpetuaban. Y cerca de él, la réplica femenina, la que sirvió de musa a nuestro genio, quien rendido ante su belleza le escribió:
“Dicen que tienes trece primaveras y eres portento de hermosura ya
y que en tus grandes ojos reverberas la lumbre de los astros inmortal.
Juro a tus plantas que insensato he sido de placer en placer corriendo en pos, cuando en el mismo valle hemos nacido, niña gentil, para adorarnos, dos.
Torrentes brota de armonía el alma; huyamos a los bosques a cantar.
Dénos la sombra tu inocente palma, y reposo tu virgen soledad”.
Rendido a su belleza, y a su genio poético, pues la inocente palma no es otra que aquella a la que canta en deliciosa poesía el precoz ingenio de la tierna y ensoñadora Carolina:
Alza gallarda tu elevada frente, hija del suelo ardiente,
y al recio soplo de aquilón mecida, de mil hojas dorada,
de majestad ornada,
descuella ufana sobre el tallo erguida.
Y si “el mismo valle” es, obviamente, nuestro Almendralejo ¿Por qué no darnos licencia e ilusionarnos con el pensamiento de que la palmera así ensalzada fuera alguna de las que desplegaban sus frescas sombras sobre la comitiva de nuestra historia? Porque no, no crean que me he olvidado de nuestra historia inicial, sino que he querido colorearla para que mejor la perciban.
Como quiero también que imaginen su contento discurrir por la calle Mayorazgo, calle cuyo histórico y extinto nombre designaba un marco urbano de rancio abolengo, hoy lacerado por decenios de especulación y mal gusto. Especulación y mal gusto que son una puñalada desleal a ese espíritu romántico que acabamos de evocar y que resulta urgente que rescatemos. Pero sigamos ascendiendo hasta la Plaza de la Iglesia, que el bautizo tiene fijada hora y no es cosa de hacer esperar a cura, sacristán y monaguillo, quienes, seguro, tendrán prisa por celebrar la ceremonia, desvestirse de los hábitos eclesiásticos, sustituirlos por los campestres y aprovechar lo que puedan de gira. Que el sol primaveral aún no ha alcanzado el cénit y queda mucho San Marcos por delante.
Acoge al grupo el arco gótico de la Puerta del Perdón, cuando se oye el chirriar de la cancela del baptisterio; allí, el grupo esperará, ilusionado y algo nervioso, al celebrante. Entre las musitadas conversaciones alguien se fija en las escenas de vidriada cerámica que decoran los muros: “Mira –dice-, mientras señala al que, dejado en otro plano San José, considera el pregonero que, con Santiago, San Roque y San Marcos completa la tetralogía de las devociones hagiográfica almendralejenses, San Antonio. Por fin, tras el monaguillo de impoluto roquete, el celebrante, un joven tonsurado y con severa vestidura preconciliar, que saluda familiarmente a los concurrentes. Y es que, no solo es conocido de ellos, sino que guarda cierto parentesco con la madre del nuevo cristiano. Era aquél un cura paradójico, de apariencia severa y mirada guasona, un “cura fajador y trilero, teólogo de la sencillez y de la caridad, abonado, (desde hace ya unos años y para siempre) a un asiento en la Tribuna Central del Cielo”.
Era este cura, devoto fiel de nuestro San Marcos, el que, hermoso designio de la Providencia, bautizó precisamente un día de San Marcos al niño que, con el tiempo, tendríais la generosidad de nombrar vuestro pregonero. Era, en fin, alguien de quien no os puedo descubrir, porque lo conocéis mejor que yo, más que la feliz coincidencia que acabo de relatar; era, ya lo sabéis, “vuestro cura Jesús”.
LA PRIMAVERA
Hoy, cuando apenas se han apagado los sones cofrades, cuando el olor a incienso sigue impregnando la atmósfera de pueblos y ciudades de nuestra España, cuando la cera derramada por filas nazarenas entona su agudo lamento bajo las ruedas de los coches... Hoy, casi sin tiempo para guardar túnicas y capiruchos, mantillas o costales, hoy que aún persisten en las retinas las prodigiosas visiones de la Semana Santa, y en las almas perduran sus profundas sensaciones... Hoy, cuando celebramos la gloriosa resurrección de Cristo hemos de tener preparados ya bordones y rojos pañuelos; y, apenas desmontados los pasos, se dispone en los pajares el engalanamiento de carrozas y remolques, porque San Marcos está ahí mismo ya. Es Domingo de Resurrección y nos convoca la apertura de una celebración romera, pero sin dejar de tener presente qué día es hoy. Día feliz para el cristiano, gracias al cual, la vida es un camino que se puede andar con esperanza, pues la muerte no es el fin del hombre, sino el medio para volver a su destino final. Por eso el cristiano vive con alegría los días de Pasión de la Semana Santa (maravillosos en su contradicción de luz y tinieblas) porque conoce su final feliz, cuando el mensaje y la figura de Cristo son definitivamente rehabilitados por el Padre.
Y el cristiano lo celebra con las alegrías pascuales, con el Aleluya, palabra que contiene en sí la condensación de tanta alegría, y que nuestro pueblo tan sabiamente aplicó a una tradición que conjuga lo sagrado y lo secular. Porque hoy es también para nosotros el día del cordero del Aleluya. Porque muchos recordaréis cómo los padres o los abuelos, en día como el de hoy, regalaban a los niños un borreguino, y cómo lo adornaban con cintas y campanillas y se los llevaban a la era para que pastasen allí, entre la alegría de los chiquillos. Motivo de alegría infantil que, pasados los meses, se convertía en sustento para la familia. Así, una costumbre tan mundana, es reflejo de algo tan trascendente como el Sacrificio y la Resurrección del Cordero de Dios.
Y cuando esto ocurre la Naturaleza, bajo los designios del Creador, se manifiesta gozosa a nuestro alrededor. Y entonces, en nuestras tierras no hay era o prado, monte, dehesa, linde, ribera, o borde de camino que no estalle en una explosión de colores tal que habrían constituido delicioso festín para un pintor impresionista: en el monte la jara, el cantueso y la ahulaga nos embriagan de aroma y color; jaramagos y manzanillas deleitan la vista al viajero por las carreteras de nuestra comarca; incluso podéis ser afortunados y encontraros en un baldío calizo cualquier variedad de la hermosa y rara orquídea; o, si paseáis por cualquiera de nuestros caminos lo haréis con cuidado de no pisar las rosáceas correhuelas, cuya mancha púrpura nos recuerda la cercana pasión; y hasta las escombreras de los “legíos” se adornan para la ocasión con las gráciles florecillas del rudo pepinillo del diablo. Y también las charcas se tapizan de blancas ranúnculas, como aquella a la que, en éxtasis bucólico se arrojó una niña, confundiéndola con prado de margaritas, con lo que la escolar excursión a San Marcos acabó con la niña en el baño y la ropa en la panera.
¿Y qué decir si extendemos la vista hasta el horizonte? Ancestrales sierras abrazan, que no cierran, con sus cuarcíticas almenas, una llanura suavemente ondulada de intensas gamas terrosas, aun no cubierta, pero sí salpicada en hermoso contraste cromático por el verdor de las vides. Y no es casualidad que nos atraiga el cuadro, porque es fruto combinado de la generosidad de la Naturaleza con el trabajo, esmerado y constante, del hombre; que no en vano dice el refrán: “Tienes más manos que las viñas de Almendralejo”, porque sí, los bienes naturales se ofrecen al ser humano, pero es éste el que, siguiendo los designios divinos, se ha de afanar para obtener sus frutos, y eso, en Almendralejo, siempre se ha sabido hacer. Y no sólo con la vid, que vemos más allá la tierra de sembradura, sobre cuyo verde tapiz asoma el rubor de las amapolas, y más lejos aún los plateados olivos, de los que nos separa, en leve depresión, la cinta verde de una ribera que surca los campos, y que, de tanto en tanto, riega y vivifica amenos y productivos huertos...
EL ARROYO HARNINA
Como surca San Marcos el arroyo Harnina, nuestro maltratado y despreciado arroyo Harnina, nuestro despectivamente denominado “regacho” casi siempre asociado a lo feo y lo hediondo, que no son defectos del río, sino de quien lo mancilla. Porque tiene Harnina más vida, más Historia y más poesía de la que la mayoría pueda sospechar. Os habla ahora el pregonero inspirado por sus propias impresiones, pero con la ayuda imprescindible de un trovador de Almendralejo al que quizás muchos no conozcáis, pero que tuvo y tiene la fina sensibilidad de encontrar en un humilde regacho, inmundo para el inconsciente colectivo, motivos como para dedicarle “La canción del agua” una oda apasionada, hermosa y reivindicativa. Me estoy refiriendo a D. Abel Alonso Mateos, catedrático de Lengua y Literatura en el Instituto Carolina Coronado de nuestra ciudad, a quien debemos gratitud por mostrar hacia nuestras cosas tan elevados sentimientos de poetas ¿Acaso no tituló la propia Carolina una inconclusa novela histórica sobre los orígenes de Almendralejo con su nombre? Como convocó con él a nuestro pueblo con ocasión del traslado de José de Espronceda al Panteón de Hombres Ilustres, diciendo:
“¡Despierta ... Harnina!, al templo soberano que del genio español guarda la fama, hoy la voz de Madrid también nos llama en honra funeral a nuestro hermano.”
Harnina, hidrónimo que quizás simbolice una tarea esencial para el sustento humano: la de proporcionar el pan de cada día, como nos explica Dª María Purificación Suárez Zarallo en su erudito estudio sobre la toponimia de nuestra comarca. Podría, así, derivar su nombre del latín “Farina”, lo que sustentaría una referencia datada en 1628, según la cual:
“...Lázaro Ventura residente en esta villa ha pedido licencia al cabildo para hacer una molienda en el arroyo Harnina, término de esta villa, y significa será muy útil a los vecinos de ella porque será de más moler con más ventaja que los demás molinos ordinarios”. Pero hay más referencias, pues en un documento en que se delimitan los términos de Solana, Aceuchal y Almendralejo se detalla que se llega a “un moxon (…) que está a la orilla del arroyo de Harninas, y junto a un molino perdido y una tierra que heran del dicho Don Jn de Ynestrosa”, cuya antigüedad se atestigua sabiendo que el documento es de 1665 y que, ya entonces, el molino estaba en ruinas. Más detalle encontramos en un documento de 1753, según el cual “...en este término ay dos molinos harineros el uno de don Fernando Nietto Guerrero de una muela en la dehessa de Abajo y Arroyo de Jarnina el que muele regularmente a repressa zinco veces al año y se regula su utilidad en veinte y quattro fanegas de trigo renta para el dueño y diez y seis de ganancia para el molinero... el otro es de Dn Joseph Chumacero de la misma utilidad”. Y aún podríamos añadir el Molino del Forcal o molino Vinagre, del que todavía quedan restos en zona cercana al pilar de Tiza.
Y es que, sin duda, fue Harnina más atareado, limpio y caudaloso en otros tiempos. Y no sólo proporcionaba fuerza para moler, sino que el pueblo de Almendralejo se nutría en él de…, ¡pescado!, como testimonia un documento del Concejo, de 1605, en el que se expresa el acuerdo de que ninguna persona podía pescar en este arroyo “con ningun instrumento escepto con caña so pena de 200 maravedies y los dichos instrumentos perdidos” Así que pan y peces proporcionaba Harnina, como el milagro evangélico, pero también frutos, que, a modo de ejemplo, un testimonio del s. XIX revela que “Rosa Caballero Morgado de la calle de la Escusada tiene una huerta con árboles frutales y cañaveral en el sitio de Harninas lindante por Oriente con el arroyo a que da nombre el sitio”.
Volvemos, así, con esta última cita a otra posibilidad etimológica del vocablo Harnina, pues siempre fue la abundancia de cañas en sus márgenes un rasgo muy característico de nuestro arroyo (que no debe perder sin perder su propia naturaleza), y puede proceder Farnina de Farna, que, en gallego, nombra a la caña del maíz. Aunque concluye la estudiosa de nuestra toponimia relacionando la etimología del humilde Harnina con la del famoso Arno de la Toscana. El florentino Arno, en cuyas vegas se deleitaban damas, doncellas y caballeros de los cuentos de Bocaccio, como, quizás desde la misma época por los albores del Renacimiento, se vienen solazando en la Vega del Harnina mozos y mozas por San Marcos. Porque nada hay más hermoso, vivo, soñador y misterioso que un río. Y aunque sabe el pregonero que no es Harnina un gran río, sabe también que vivifica y alegra cuanto toca, como cantó Zorrilla: “¡Qué dulce es ver muellemente, / de un olmo a la fresca sombra / descansando, / un arroyo transparente / que va por la verde alfombra / murmurando!”
Porque lo importante es que el río tiene un alma, es metáfora de vida, belleza que se desliza por los campos, a veces en pequeños rápidos entre olmedas, como hace Harnina muy cerca de la ermita del Santo, salvando entre adelfas y salicarias, las ruinas de antiguos diques; o saltando por afloramientos rocosos como en las agrestes Lavernosas. Otras veces se remansa abrazado por un vetusto fresno, al fondo de los verdes prados del capitán Billete; o se esconde entre cañaverales, vivificando hierbas (como los juncos en los que de muchachos llevábamos las jeringas a casa después de salir del cine un domingo por la tarde). O se ampara bajo un puente de ancestral mampuesto y ladrillo en la calle gorrión... Pero sobre todo, el río tiene alma para el poeta; la tiene como su alter ego, el que mejor expresa sus sentimientos de amor, que bien lo ilustran algunos versos de nuestra enamorada Carolina.
¿Cómo sabrás que enamorada vivo/ siempre de ti que me lamento sola/ del Gévora que pasa fugitivo / mirando relucir ola tras ola? // Aquí estoy aguardando en una peña / a que venga el que adora el alma mía; / ¿por qué no ha de venir, si es tan risueña / la gruta que formé por si venía? // ¿Qué tristeza ha de haber donde hay zarzales / todos en flor, y acacias olorosas, / y cayendo en el agua blancas rosas, / y entre la espuma lirios virginales?
Así, con estos idílicos versos, el pregonero, no puede menos que compartir las palabras de “La canción del Agua”, según las cuales “la descripción que hace la poetisa de Almendralejo de ese auténtico locus amoenus está llena de belleza y recrea un espacio ideal que todos nosotros quisiéramos ver hecho realidad, algún día, en nuestro arroyo Harnina”.
LA VEGA: SU HISTORIA
Arroyo que articula un territorio conformado por vega y cabezos, habitado desde hace varios milenios, y que genéricamente conocemos como San Marcos; aunque está compuesto por muy diversos parajes desde las proximidades de la población, en Huerta Montero hasta los confines municipales en Valdorite y desde la Vereda Corona hasta el Camino Husero. Cuenca modesta la de este arroyo, pues sólo ocupa 127 km2, lo que no llega a ser ni la extensión del término municipal de Almendralejo.
Pero cuenca feraz y rica en historia, pues no sólo se han hallado importantes vestigios arqueológicos en la Vega del Harnina, sino también en las riberas de sus tributarios, el Minitas, el Charnecal y el Sancho, todo lo cual daría para un tratado de Prehistoria e Historia Antigua.
Hallazgos tan renombrados como el tesoro romano, encontrado en 1848, y que incluía el célebre Disco de Teodosio, de alcance universal; o los abundantes vestigios de villas romanas, muchos de los cuales detectamos en un simple paseo, y que nos informan de la prosperidad del territorio en época Bajo Imperial. Hallazgos que conformaron importantes colecciones arqueológicas, como las de Don Antonio Martínez de Pinillos, y la del V Marqués de Monsalud, cuyos útiles daban cuenta de una sociedad cazadora, pero también agrícola. Las abundantes hachas pulimentadas de estas colecciones dan fe de la actividad roturadora de aquellas gentes, quienes precedieron en miles de años a nuestros labradores actuales, y cuya labor original sobre el terruño sigue aún hoy vigente, reflexión que al pregonero, al menos, le resulta conmovedora por trascendente. Y no nos los imaginemos como un clan de gente ruda, que también sabían tejerse sus propias ropas en telares construidos por ellos mismos; ni tampoco los supongamos aislados en su pequeño mundo de subsistencia, pues usaban para sus hachas la ofita roja y el basalto, materias primas que hubieron de importar (rara cuestión ésta cuando abunda en San Marcos otra roca apta para el fin, cual es el gneis), lo que nos muestra, incluso, una incipiente actividad comercial reveladora del dinamismo de aquellos lejanos antepasados nuestros.
Dinamismo que se reflejaba también en su actividad constructiva, pues en los principios del siglo XX, época especialmente fecunda para el desarrollo de la Arqueología, descubre Mélida un dolmen en el Cabezo de San Marcos; pero ha sido recientemente cuando se han producido los más grandes hallazgos, de cuya importancia el pregonero siente que no es suficientemente consciente nuestro pueblo: un sepulcro calcolítico en Huerta Montero, con varios niveles de enterramiento y abundante ajuar, su correspondiente poblado con fortificaciones, que ya se presentía desde el descubrimiento del sepulcro, en el Cabezo de San Marcos, una necrópolis del Bronce en Las Minitas y una estación paleolítica en las riberas del Charnecal, en el actual parque de las Mercedes.
El pregonero sostiene que cualquiera de estas estaciones arqueológicas bastaría para que Almendralejo, la pequeña cuenca del Harnina, brillara con luz propia en el firmamento arqueológico, cuánto más con tan extraordinario conjunto. Como sostiene que la profesión arqueológica debería ser venerada por nuestros paisanos; sus profesionales empleados, remunerados y respetados, y sus recomendaciones, oídas y puestas en vigor.
Pero lamentablemente esto no ha sido así hasta ahora, salvo en honrosas ocasiones. Unas veces por incuria y desinterés; las más, por la malhadada especulación, tan recurrente, tan egoísta (pues perjudica a todos para saciar la avaricia de unos pocos), la especulación que tanto degrada la categoría cultural de nuestro pueblo y que tan feamente mancilla el espíritu romántico de que en Almendralejo hacemos gala. Es verdad que ha habido éxitos, como la recuperación de Huerta Montero, que ha convocado este año a los almendralejenses en anticipada e invernal peregrinación hacia San Marcos. Cierto que no es ésa una ocasión romera y que el motivo de la excursión no es religioso. Pero en el espíritu colectivo del pueblo, de los cientos de personas que marcharon hasta el Cabezo de San Marcos, y de allí a la torre de los almendros para otear los amplios horizontes de nuestra tierra, el pregonero detectó algo de romería (que ni el clero faltaba en la ocasión), suscitado por algún misterioso atavismo que, en todo lo que se relacione con San Marcos, tiene la fuerza de congregarnos para ir de gira.
Y en esa gira anticipada, en ese camino laico, que no laicista; en ese camino profano, pero espiritual; en ese nuevo, pero ancestral camino, el pregonero tuvo remembranzas del que, el 25 de abril, recorreremos, entonces sí, en sacra peregrinación, con el evangelista, desde San Roque hasta su ermita.
LA ROMERÍA
A la ermita donde podemos peregrinar desde hace unos años gracias al empeño de Juan Blasco y del Cura Jesús, gracias a la tenacidad de los miembros de la comisión, gracias a los donantes de terrenos y a tantos fieles devotos. Gracias a todos ellos tenemos, por fin, romería. Pasaron ya los tiempos en los que los almendralejenses (o mejor, almendralejanos, que diría el castizo pregonero Ricardo Quintana) marchaban a una gira de la diáspora.
Vuestro pregonero de hoy recuerda que, siendo niño, aún era costumbre ir a San Marcos a comerse los filetes “empanaos”, a esconderse en la Cueva del Moro o a romperse la ropa, o incluso algún hueso, en la “Piedra resbaliza”. Y esto último no es imaginación del pregonero, que un tío suyo se rompió allí cúbito y radio persiguiendo a un borrego, queriendo, tal vez lucirse delante de su novia. Cosas de la primera juventud, y de sus amores, de los que tanto sabe el día de San Marcos, tan primaveral y festivo. Eran tiempos en los que, aun sin ermita, los mozos y mozas, acompañados de algunas personas mayores hacían la gira a San Marcos, a Tiza, o más allá, a las Lavernosas o a Valdorite, a donde iban los quintos a comerse la caldereta.
Desde una semana antes se vivían la ilusión y el jolgorio de los preparativos. Y la ilusión estallaba con las primeras luces del día grande en alegres carrozas que, animadoras de las calles con sus tintineos y sus joviales cánticos espabilaban a los más dormilones. Distinguíanse entonces los hombres, especialmente los mayores, por ir tocados con el típico sombrero, que recuerda el pregonero haber visto todavía como prenda habitual en algunos señores de antaño. E iban las mozas con pañuelo, falda ancha de amazona y hermosa flor en el pelo, al estilo de las que pintara el costumbrista Covarsí. Y iban todos con una sonrisa de oreja a oreja, que la cara es el espejo del alma, y los más no cabían en sí de gozo. Unos en carros engalanados, otros en mulas o caballos, los niños empujando sus carretillas o andando alrededor..., y todos cantando. Y aunque San Marcos era el día grande, era costumbre ir a sus campos desde una semana antes hasta una semana después..., o más, que Almendralejo es tierra de cultivo, y para el asueto campestre tiene su reducto en estos silvestres parajes.
Luego, con el progreso, con el utilitario, la nevera campestre y las sillas y mesas plegables, vino la diáspora. Ya no hacían falta las piedras de San Marcos para sentarse a degustar el ágape y podíamos extender la gira a los campos de Villalba o de Alange, a la Sierra del Arroyo o más allá. Era una gira sin carretas, sin caballos y casi sin canciones, salvo para un puñado de fieles que conservaron la tradición y, sin solución de continuidad, la unieron al renacer “sanmarqueño” de los últimos años. Con todo, y aun en la diáspora, quedaba un rescoldo, una señal inequívoca que nos hacía saber, a pesar de todo, que estábamos en San Marcos y que, por eso, nos íbamos al campo, no importa a cuál, pero al campo. Y Almendralejo seguía quedándose vacío, con una paz que hacía barruntar el jolgorio de las giras; y eran de ver los pueblos comarcanos en cotidiana actividad, mientras que por sus campos se extendía, en grupos dispersos, un ambiente de romería que no era el suyo, sino el de la gira de San Marcos de Almendralejo, en lo que nuestro pueblo (en todo hay que ver la parte buena) mostraba su carácter abierto y expansivo, estableciendo colonias por doquier.
Pero dijo el pregonero que era una gira casi sin canciones, mas no, el pregonero quiere rectificar, pues recuerda a su amigo Juan, al que Dios quiso llevarse tan joven más cerca de San Marcos, cantando entusiasmado aquello de “a la gira..., garbanzos verdes”. Y el entusiasmo se contagiaba, y se respiraba en el ambiente primaveral el galanteo entre mozos y mozas, que no en balde un 25 de abril le habló de amores el pregonero a su novia y ahí siguen compartiendo “San Marcos” no va a decir cuántos, muchos años después.
Y si se estaba ausente de Almendralejo, aun sin romería, el almendralejano de pro sentía una momentánea nostalgia y empezaba con su particular rito de celebración. Así, Fermín, amigo, compañero de estudios y cohabitante de pensión del pregonero, se levantaba el día de San Marcos cantando la gira y cantándola con él bajaba la calle Peñas hasta la facultad de Letras, con lo que quedaban ambos redimidos de la involuntaria traición de estar ausentes.
Llegamos así a la perfeccionada situación actual, a la que desde hace veinte años nos permite verificar una auténtica romería que honre como se merece a nuestro querido santo ante cuya imagen nos congregamos hoy. Una imagen que esta tarde sembrará de santidad los campos en su camino hasta San Roque; una imagen que, en su talla de flamígeros y angulosos contornos nos señala el camino hacia la salvación en su Evangelio. La imagen de San Marcos, evangelista y mártir, de quien, con vuestra licencia, estima imprescindible el pregonero se haga una semblanza:
Era Juan Marcos (con nombre compuesto, hebreo el primero y romano el segundo, según costumbre helenística), hijo de María, mujer acaso viuda de un sacerdote del templo de Jerusalén, cuya casa fue uno de los principales centros de reunión de los primeros cristianos. Fue en esa casa, con mucha probabilidad, donde se celebró la Última Cena de Jesús con sus apóstoles y donde se produjo la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés. Acaso fuera suyo también el Huerto de Getsemaní, donde acostumbraba a orar el Señor cuando moraba en Jerusalén. Era niño entonces Juan Marcos y tal vez durmiera en la casita de campo de Getsemaní cuando le despertó la turba que apresó al Señor. Asistiría después a las reuniones que los primeros cristianos celebraban en su casa, donde muy probablemente frecuentó el trato con San Pedro. Fue precisamente Marcos uno de los primeros bautizados por el príncipe de los apóstoles, con quien predicaría en Roma después de haber empezado su apostolado en Chipre junto a su primo Bernabé y San Pablo. Estando en Roma, unos caballeros discípulos de Pedro le pidieron que, pues que llevaba tanto tiempo con él y sabía tan detalladamente sus enseñanzas, las pusiera por escrito. Accedió Marcos y escribió su Evangelio, cuya lectura recomendó San Pedro, según refiere Eusebio de Cesarea.
No se detendrá el pregonero a relatar predicaciones y milagros de San Marcos en Alejandría, ni su martirio, temerosos los paganos de su éxito apostólico, en el día Nisán de los Judíos, séptima kalenda de mayo de los romanos, esto es, el 25 de abril. Pero permítanle, hermanos, algunas reflexiones sobre ese evangelio. Que el Martes Santo, hace sólo unos días, escuchaba vuestro pregonero algunos de sus versículos claves en los patios de la Universidad hispalense, mientras salía a evangelizar Sevilla su hermandad de la Buena Muertes. Y el anuncio de que se iba a proclamar en tal ocasión el evangelio de San Marcos fue sentido por él como un aldabonazo, una admonición para difundir hoy en este pregón:
Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? Pues ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles”
Unas palabras que deben servir de fundamento para esas reflexiones de que os hablaba, y cuyo espíritu ha de ser el carisma de vuestra hermandad.
Pues cada uno de los evangelistas nos da una perspectiva de Cristo; cuatro caminos para llegar al corazón del Evangelio, pero de ellos, es el de Marcos el Evangelio más antiguo, el más breve y directo de los cuatro, del que se servirán Mateo y Lucas.
En él, Marcos se propone descubrirnos el “principio” de la Buena Muerte de Jesucristo, pero una muerte que nos lleva a la Resurrección y a la Salvación Eterna. Levanta el velo sobre la verdadera identidad de Jesús, que no fue reconocida al principio por los discípulos, que esperaban a un Mesías triunfante, no sufriente. Marcos quiere despertar en nosotros, el convencimiento de que Jesús quiere recorrer el camino, no de la gloria, sino de la humillación y de la cruz, para salvar a los hombres.
El Evangelio de san Marcos quiere demostrarnos que Jesucristo es Hijo de Dios, como hemos escuchado en el pasaje. Por eso, también, narra, sobre todo, sus milagros, y no lo hace como un Mesías triunfalista, sino como Quien marcha hacia la Cruz en una catequesis basada en la acción, una acción que entendieran los paganos, que son, ya lo habremos intuido por sus constantes viajes, el objetivo de San Marcos. Este estilo directo, contundente, vigoroso, de quien clama en un medio hostil, como ruge el león en el desierto, es el de Marcos, es el del Evangelista que tiene por símbolo al León.
Es el león que presentáis hoy en vuestro recién estrenado símbolo heráldico. El que junto a la cruz de Santiago y el almendro de nuestra ciudad, muestra directamente, como hace San Marcos en su Evangelio, quiénes sois y cuáles son vuestros objetivos: sois herederos de los caballeros santiaguistas que recuperaron para la cristiandad estas tierras, quienes las repoblaron y organizaron para que su feracidad alimentara a tantas generaciones como desde entonces las han poblado. Y a fe que lo hicieron, que su fertilidad y la laboriosidad de sus gentes, convirtió pronto lo que fue solo una aldea en una villa de las más prósperas en los Señorío de la Orden, una villa que no se avenía con dependencias impropias de su categoría y luchó hasta conseguir liberarse de ellas.
Que no en balde proporcionaba Almendralejo más de setenta caballeros a las huestes santiaguistas, cifra más propia de ciudades hidalgas que de modestas villas campesinas., cuando apenas superaba los cuatrocientos vecinos. Y sois, en lo eclesial, herederos del priorato de San Marcos de León, cuya religiosa impronta aún conservan nuestras tierras salvando los avatares de los siglos. Y sois, que por eso lleváis el almendro en vuestro blasón, almendralejenses de pro. Y esa conjunción de nobleza, tierra y religión se condensan en el espíritu ancestral de una fiesta a la que la Santa Misa, solemnizada por emotivos cantos litúrgicos, ha dado devoto inicio, para que viváis los cinco días más plenos de esta fervorosa y alegre hermandad.
Días que tendrán su apoteosis en la mañana de una jornada que esperamos luminosa cuando, de nuevo, nos despierten tintineos de carrozas que nos convoquen a romper el ayuno de los días santos pasados, en un fraternal ágape matinal ante la puerta de una humilde parroquia.
Entonces será la plenitud del gozo, el encuentro entre hermanos que se disponen para seguir a pie, en carro o a caballo, al santo patrón de esta fiel hermandad. Hermandad como la que la grandeza de nuestro C.F. Extremadura difundió por doquier representando a nuestro pueblo y que este año se nos manifestará en los sones, entre melancólicos y festivos de gaitas gallegas venidas desde Orense para la magna ocasión. A ellas darán réplica los cantos de gira en las dulces voces de nuestro grupo de coros y danzas acompañados por los armoniosos laúdes y bandurrias, subrayados por las melodías del violín y el acordeón. La Rúa y Almendralejo, Galicia y Extremadura, diversas tierras de nuestra diversa España unidas en la celebración religiosa, en la celebración a la primavera y a la vida que hacéis cada año con fervor renovado. celebración que nos lleva, derramando color y alegría, por calles, caminos y veredas; entre anchos campos labrados y amenos sotos con rumores del Harnina; entre casas de campo, cuyos moradores reciben a los romeros con saludos, viandas, y tragos del suave néctar de nuestro terruño.
Celebración que nos conduce, entre cantos, y parabienes hasta la ermita de nuestro Santo. Ante su puerta desfilará, después, la sanamente bulliciosa, multitudinaria y colorista comitiva, unos con la dicha ilusionada de los pocos años, otros con un nudo en la garganta recordando a quien estaba y ya no está, o al enfermo, o al emigrante que este año tiene que vivir un San Marcos en el éxodo. Unos, como el pregonero, que vieron la primera luz en Almendralejo; otros, que aun habiendo nacido lejos de aquí, se sienten almendralejenses como el que más y hacen lo posible por no faltar a la cita. Estarán los que sólo han tenido que andar el camino desde San Roque para hacer su romería, pero también aquellos para los que, superadas las dificultades de un largo trayecto, el camino sólo ha sido el último tramo de su romería particular que empezó mucho más lejos, pero para la que la distancia no ha sido un obstáculo.
Y veréis al Santo subir hasta la ermita a hombros de sus fieles. Allí, la Misa dará sentido litúrgico a la celebración y la bendición de los campos dará trascendencia y esperanza al afán de nuestro pueblo.
Después, regocijaos romeros, compartid el ágape y los cantos con familia y con amigos hasta que, caída ya la tarde, volváis a vuestras casas con la dicha de la jornada vivida y cantando, como mandan la tradición y el deber de gratitud: “A la Virgen de la Piedad muchas gracias le daremos, que nos ha sacado en bien de la gira que traemos”
Termina ya el pregonero, romeros de San Marcos, y gustoso os devuelve el testigo de vuestra celebración, el que habéis tenido la generosidad de cederle para que os exhorte en esta gloriosa mañana. Anudaos, pues el rojo pañuelo al cuello, poneos la bendita medalla, coged el bordón, enjaezad la mula, uncidla al carro, alzad el estandarte y convocad al pueblo. Que el santo os espera para que le mostréis vuestra felicidad, y para que con fe y confianza le presentéis vuestras honradas y sinceras oraciones. Que él os guíe en el camino, en el de la romería y en el de la vida, pues,
“las leguas del camino son escalones
por donde van al Cielo los corazones”.
Romeros: ¡Viva San Marcos!, y que él, por la Gracia de Nuestro Señor Jesucristo, siga reuniendo por siempre a nuestro pueblo.
He dicho.
[Publicado en Asociación Histórica de Almendralejo, La Pieza del mes, 36, 2017]