X PREGÓN DE SAN MARCOS
Miguel Ángel Amador Fernández (2017)
Queridos amigos, muy buenas tardes a todos. Dice el refrán castellano: “Es de bien nacidos ser agradecidos”. Y yo quiero ser “bien nacido”; por lo tanto, permítanme, en primer lugar agradecer a la Junta de Gobierno de la Hermandad de “San Marcos” de Almendralejo y a su Hermano Mayor D. Víctor Bautista González, su invitación a estar hoy aquí, en esta Ermita, dando el Pregón de una de las fiestas más importante de nuestro pueblo. Y créanme si les digo que no solo es un honor y un privilegio, sino que, además, supone una enorme responsabilidad, no solo por la relevancia de todos aquellos que me han precedido en este menester, sino también por celebrar hoy día 23 de abril, el “Día de las Letras Españolas”, en el que recordamos a nuestro insigne Don Miguel de Cervantes.
En cualquier caso, trataré de estar a la altura de las circunstancias, movido por el amor que le tengo a esta tierra y, sobre todo, a su gente, esforzada y trabajadora como pocas. Y es curioso porque “Marcos” es un nombre de origen hebreo, que significa “forjador”. Como siempre lo han sido las mujeres y los hombres de nuestra tierra. Emprendedores, recios, tenaces y rigurosos, que desde sus principios, labraron estas tierras que nos hoy nos acoge con fraternal cariño.
Cuando hace unos meses el Hermano Mayor me expresó su deseo de que pronunciase este pregón, no lo pensé dos veces y me respuesta fue un rotundo sí. En todos los pregones, los pregoneros desnudan su alma ante su auditorio, al expresar sus sentimientos y vivencias más profundas. Se agolpan en mi memoria los recuerdos de una infancia y una juventud al lado de mis padres y mi hermana jugando entre estas piedras. Son muchos los recuerdos, cada quien los suyos, en estos momentos de mi vida.
Celebramos la Romería en honor a San Marcos Evangelista cuando la primavera, estación del nuevo resurgir, está plenamente establecida. Cuando la naturaleza adormecida y somnolienta por el pasado invierno estalla en una sinfonía multicolor de nueva vida. La peculiar concepción de nuestro entorno, íntimamente unida a las incertidumbres, sufrimientos y penurias de los agricultores que desde sus inicios necesitaban sellar alianzas con las figuras celestiales para garantizar sus cosechas. Todo un rico y amplio santoral que sirvió para dar cohesión a la sociedad y para fortalecer las identidades colectivas.
Gremios, cofradías y órdenes religiosas los tenían como símbolos corporativos a los que solicitaban numerosas mercedes: salud e hijos y protección contra todo tipo de males, epidemias y otras catástrofes. Sus fechas de celebración durante todo el año litúrgico les concedieron también dominio sobre las diversas actividades agrícolas y los convirtieron en patronos de las floraciones, de la vendimia, de las lluvias o de las cosechas. Y San Marcos, por los poderes que se le atribuyen para la protección de las cosechas, será tenido en Almendralejo como el ser más capaz para velar por su sustento diario.
La festividad es celebrada el 25 de abril, día en que la Iglesia de Alejandría conmemora, desde los primeros siglos de la Cristiandad, la muerte martirizada de San Marcos y el traslado de sus restos hasta Venecia en cuya Basílica de San Marcos son conservados. Estas fiestas, fueron aprovechadas por la tradición judeo-cristiana para solicitar la ayuda divina. Ya en la antigüedad los campesinos romanos celebraban rogativas en honor del dios Robigus, en las que se sacrificaban animales, cuya sangre era utilizada para fertilizar las tierras; pero también para que la divinidad protegiera los campos contra el ataque de los hongos al cereal que provocaban el ergotismo, el llamado “Fuego Sangrado” o “Fuego de San Antón”. Popularmente en Castilla era atribuido al “cornezuelo del centeno”. Una enfermedad grave que podía acarrear una muerte muy dolorosa. Su existencia es documentada ya en la antigüedad. Sin embargo, desde la Edad Media, los Caballeros de la Orden de Santiago, recomendaban el único remedio conocido: la peregrinación a Santiago de Compostela, donde los clérigos de la orden franciscana, que tenían hospitales dedicados por entero a la atención de este mal a lo largo de la ruta, los alimentaran con pan de trigo candeal y vino bendecidos con el báculo abacial.
En la documentación conservada de las Visitas de la Orden de Santiago a nuestra localidad no aparece este tipo de recomendaciones higiénico-sanitarias, pero a buen seguro que debió ser así. Tampoco el Evangelio de San Marcos, que podría ser considerado como una verdadera praxis terapéutica, por lo explícito de su análisis de los milagros de Jesús, ofrece explicación alguna.
El evangelista San Marcos había nacido en Jerusalén y acompañó a San Pablo en su primer viaje a Roma, y más adelante siguió los pasos de San Pedro, que lo consideraba como a un hijo. Se dice que su evangelio recogió la catequesis de Pedro a los romanos, por eso se lo invoca cuando se quiere escribir textos certeros e inspirados y en todos aquellos temas relacionados con la justicia para que prevalezca la verdad y para la defensa de personas acusadas injustamente. Es, evidentemente, el patrón de escribanos y notarios.
El evangelio de San Marcos es el segundo libro del Nuevo Testamento. Es el más breve de los cuatro evangelios canónicos y también el más antiguo según la opinión mayoritaria de los expertos bíblicos. Narra la vida de Jesús de Nazaret desde su bautismo por Juan el Bautista hasta su Resurrección. Nadie como San Marcos describió la curación del leproso. La lepra, la enfermedad bíblica por excelencia. Una enfermedad cuyas complicaciones incluyen graves lesiones neurológicas que desfiguraban la cara y las extremidades. Para los judíos esta enfermedad era mucho más, era un castigo impuesto por Dios, transformando a los enfermos en despojos humanos condenados a malvivir solos como ermitaños en las afuera de las ciudades. Despreciado y olvidado por la sociedad y su misma religión, el leproso encontró la esperanza en Jesús. Jesús, pasó por alto las más elementales normas de la asepsia, el propio sentido común, y las costumbres judías, y tocó al hombre. Dice San Marcos: “En lugar de que Jesús se contagiase con la enfermedad de la lepra, fue le leproso el que se contagió con la santidad de Jesús”.
En la antigüedad, en los tiempos en que se redactó la Biblia, y aún en la actualidad, el gesto de hospedar significaba mucho, y de hecho se trataba de una cuestión de vida o muerte, ya que las personas se trasladaban a pie y en caballerías recorriendo largas distancias, de forma que era difícil sobrevivir sin la ayuda de los pobladores de alrededor que pudieran facilitar descanso y comida.
El flujo de viajeros que peregrinaban a Santiago durante toda la Edad Media supuso un gran enriquecimiento cultural para los Reinos por los que atravesaba la ruta. El Camino de Santiago fue un factor determinante para el desarrollo de la arquitectura, la escultura, la pintura, las artes industriales, o la literatura, y la medicina. Los gobernantes de la época se preocuparon de dar protección a los peregrinos, construyendo ermitas, monasterios y hospitales a lo largo de toda la ruta jacobea. Las Órdenes militares, erigieron casas al borde del Camino para asegurar su defensa. En el siglo XII, los Caballeros de la Orden de Santiago se hicieron cargo de un hospital de peregrinos que se había levantado extramuros de la capital leonesa, en la orilla izquierda del río Bernesga, lo que es hoy el convento de San Marcos, donde instalaron el Hospital y la Casa Mayor de la Orden en el Reino de León.
Pero como sabemos, los hospitales del Medievo, no nacieron como centros médicos asistenciales, sino como establecimientos religiosos que funcionaban para dar asilo y hospedaje a los pobres mendigos, con una clara función benéfica, lo que siempre tuvo mucha importancia en la sociedad de la época. En las casas que ocupaba la desparecida ermita de San Marcos en la villa leonesa de Villafáfila nació Pedro Sánchez, un barbero sangrador que siguiendo los tercios de “Su Majestad”, con el paso de los años se asentaría en nuestra villa, situando su taller de barbería en la Plazuela de la Iglesia, dice “El Libro de la Villa”. Fruto de su matrimonio con María, una joven emeritense, nació en Almendralejo el 12 de abril de 1661, su segundo hijo, al que bautizaron con el nombre de Juan. El pequeño Juan vivió su infancia entre jeringas y lavativas; lancetas, ventosas y sajadores de flebotomiano; tijeras, navajas, alicates y cauterios para extraer muelas y dientes, así como bacías, peines y otros instrumentos de barbero. Todo un amplio instrumental quirúrgico, que permitiría al joven Juan adquirir gran dotes en el mundo de la cirugía menor.
Su padre, un modesto barbero sangrador, le procuró un aprendizaje cuidadoso, pero consciente de las limitaciones de su oficio, pensó para su hijo Juan un futuro mejor. Eran años muy difíciles y de gran necesidad. España había entrado en guerra con Portugal y numerosos almendralejenses fueron reclutados entre las levas militares. Las consecuencias fueron gravísimas para nuestra villa y su empobrecimiento marcará su futuro durante mucho tiempo, casi una centuria. Sin embargo, nuestro humilde barbero, muy probablemente contaba con el apoyo de Juan Barrero Domínguez, Inquisidor del Santo Oficio en nuestra villa y uno de los médicos titulares de Almendralejo. Sea como fuere en 1680, con solo 17 años de edad, aparece matriculado en la Universidad de Alcalá de Henares.
Desde aquí, un futuro brillante alumbraría una de las personalidades médicas más importantes y desconocidas de la medicina almendralejense. Cirujano de la Mar Océano, como se decía en el siglo XVII, médico en las galeras en las batallas entre franceses y españoles en el Mediterráneo, Médico de la Real Familia en la Corte del último Austria, Carlos II, Profesor en la propia Universidad y profundo defensor de la medicina académica. Adalid de la cruzada contra los charlatanes, embaucadores y vendedores de remedios médicos mágicos, completamente inútiles.
Desde un punto de vista médico, Juan Guerrero fue un hombre de su tiempo. Defensor de la medicina de Hipócrates y Galeno, pero sin olvidar la “santa piedad” ─decía─, que debe presidir todas las actuaciones de los médicos y la intercesión de San Marcos, cuyos valores espirituales de ejemplaridad darán fe de la existencia de “Dios Todo Poderoso”. Pero también del buen hacer del médico, experto sanador de cuerpo y alma. Juan Guerrero fue un experimentado sangrador, fiel discípulo de su padre; hábil con la lanceta y el bisturí. Conocedor pócimas y bebistrajos, en especial del Tanacetum vulgarun, la llamada “Yerba de San Marcos”, macerada en aceite común, con vino de la tierra, ─en ningún momento especifica que fuera vino de Almendralejo, aunque yo prefiero pensar que sí─, cuyo emplasto era especialmente útil en las úlceras varicosas rebeldes al tratamiento. Pero mucho cuidado, con su toxicidad, cuando era administrada por vía oral. Sólo un versado médico, conocedor de sus tóxicos efectos gastrointestinales, debe utilizarla en sus correctas dosis y en las indicaciones adecuadas.
La figura de Juan Guerrero va íntimamente unida al mes de abril y San Marcos Evangelista. Falleció el 5 de abril de 1712. Está enterrado en Madrid, en la antigua Iglesia Parroquial de San Marcos, mandada construir por Felipe V, tras su victoria en la batalla de Almansa, que tuvo lugar el 25 de abril de 1707. Estoy convencido, que, como nosotros, en su infancia, Juan Guerrero, jugaría entre estos pedruscos. Lo que sí puedo asegurarles es que Juan Guerrero siempre llevó Almendralejo en su corazón. En sus mandas testamentarias dispuso misas en favor de sus padres, alguna de las cuales debían ser celebradas en la primitiva ermita de San Marcos de Almendralejo.
Evidentemente, la devoción a los diferentes santos para la curación de las diversas enfermedades, dentro de la fe cristiana, se remonta a la época medieval, pero tiene sus orígenes mucho antes, con el propio origen de la vida. La primitiva ermita de San Marcos, cuya construcción se inició a comienzos del siglo XVI, lugar de culto y peregrinación de los vecinos de Almendralejo, fue destinada también, muy probablemente, en algunos momentos de su existencia a ejercer funciones sanitarias como lazareto, para albergar a pobres enfermos atacados de peste bubónica, procedentes de lugares afectados y aún los propios enfermos de la villa, como nos consta que tuvieron las ermitas locales de Ntra. Sra. de La Piedad, Santiago, San Judas y Mártires, en los grandes brotes de cólera morbo que afectaron a Almendralejo en 1834 y 1854. Suponemos que su destrucción y desaparición tras los numerosos conflictos bélicos vividos en nuestra localidad, debió de suponer un duro golpe para los habitantes de Almendralejo.
Poco o nada sabemos sobre el devenir de la ermita desde finales del siglo XVIII. Sin Ermita y sin Hermandad, continuaron sucediéndose las jiras anualmente, con el impulso de algunas personalidades íntimamente unidas al pueblo de Almendralejo como Juan Blasco Barquero, Antonio Díaz Rodríguez ─pregonero también, en esta misma ermita─ y, Don Jesús, auténtico Alma Mater, de esta ermita y de esta romería. Nuestro querido y entrañable Cura Jesús, al que tanto debemos. Con Don Jesús, José González Hortigón, recientemente fallecido, Hermano Mayor de la Hermandad, que tanto lucharon a favor de la construcción de la Ermita en la que hoy nos encontramos.
Y termino. Dentro de una par de días, el próximo martes, “si Dios quiere”, volveremos a estos mismos parajes para celebrar una nueva Romería de San Marcos, y solicitaremos de nuestro Patrón, que nos favorezca y nos conduzca en este continuo peregrinar que es la vida, donde todos somos carreta y carretero. Que pasemos una alegre y festiva Romería y, si es posible, en nuestro camino de vuelta cantar aquello de:
“Más de cuatro envidiosas,
que querían que lloviera,
se han tocado las narices
que ha “estao” un día de primavera”.
Muchas gracias.
[Publicado en Asociación Histórica de Almendralejo, La Pieza del mes, 36, 2017]