El año 1609 en Almendralejo transcurrió con sus, por entonces habituales, disputas por los cargos municipales, la preocupación por la calidad de la enseñanza que proporcionaban los maestros de primeras letras, las enfermedades de los cultivos, el precio del trigo, el alistamiento de los soldados que les fueron repartidos a la villa, el empedrado de la calle Real, "que baja desde la Plaza hasta la Ermita de los Mártires" [la llamada Real de Mártires] porque servía de paso "a la procesión de la Disciplina el jueves santo por la noche", abonando el Concejo la mano de obra y los vecinos, la piedra... Pero, sobre todo, 1609 fue un año importante, no sólo para la historia de Almendralejo, sino para la de España por la expulsión de los moriscos. La crónica de esta minoría, marginada por su difícil asimilación al catolicismo, comenzó a principios del Quinientos con la conversión forzosa de los mudéjares castellanos (1502), tuvo su punto de máxima ruptura en el levantamiento de los granadinos (1568‑1570) y terminó con los bandos de expulsión de 1609‑1614.
Desde que en el siglo XIII se completó la Reconquista de las tierras extremeñas y se incorporaron a los Reinos cristianos de Castilla y de León, los pobladores musulmanes que continuaron residiendo en ellas, los llamados mudéjares, tuvieron una significación pequeña en el conjunto de la región, salvo en núcleos muy concretos como Hornachos, Magacela y Benquerencia de la Serena, donde constituían la mayoría de la población. De acuerdo con la política de unificación religiosa de los Reyes Católicos, en 1502 fueron obligados a convertirse o exiliarse, sin que nos haya quedado noticia alguna de la aplicación de esta norma en Almendralejo.
Habrá que esperar al Vecindario de 1561 para que aparezca la primera mención expresa de moriscos en nuestra Ciudad. Se censan, en esa ocasión, siete vecinos moriscos: tres varones, dos mujeres y otras dos unidades vecinales compuestas por un varón y su suegra morisca, a la que en una ocasión se califica de viuda y en la otra como pobre. Sólo hemos podido reconstruir la historia familiar de esta última unidad vecinal: se trata de Juan Lorenzo y María Sánchez, su suegra, morisca y pobre. Juan era el hijo mayor de Juan Lorenzo y Leonor García, siendo Leonor criada de Rodrigo Pardo (Párroco de Almendralejo, entre 1507 y 1550), quien crió a los cinco hijos del matrimonio morisco (Juan, Francisco, Pedro, Simón y García).
El recuerdo del cura benefactor se transmitió por generaciones en el apelativo por el que algunos de la familia fueron conocidos, "del Cura", "del cura Pardo", que terminaría por convertirse en apellido, en Juan Lorenzo del Cura, nieto del censado en 1561. Además, García tomó el apellido Pardo. Estos moriscos se asimilaron totalmente con la población hasta el punto de hacer olvidar su origen. Todavía en 1644 un descendiente de los citados se llamaba Pedro Esteban del Cura, y como cualquier vecino, cristiano viejo, otorgaba su testamento, porque se sentía anciano y achacoso y sin poder trabajar, encargando 81 misas de sacrificio e instituyendo heredero a su sobrino Juan Lorenzo, sastre, que había prometido darle el sustento necesario "por todos los días de su vida".
En los meses finales de 1570 comenzó el reparto y dispersión por toda Castilla de los moriscos granadinos sublevados. El éxodo los diezmó por las difíciles circunstancias en que se produjo: climatología adversa, avituallamientos escasos e improvisados, alojamientos reducidos, tifus... A Mérida llegaron 966 personas, y 221 de ellos fueron distribuidos entre los lugares del partido, correspondiendo a Almendralejo 57 moriscos.
Al principio, el miedo a que volvieran al reino granadino fue grande; por lo que el control sobre ellos fue muy exhaustivo, con continuos recuentos de población. Ya en 1571 se pedía una primera estimación de su situación, indicándose que permanecían 50 moriscos y habían fallecido siete; en 1589 había 47 moriscos repartidos en 14 familias; y en 1594, el censo indicaba 50 moriscos agrupados en 13 familias.
Entre 1571 y 1589 se bautizaron 50 niños moriscos, tasa muy elevada, sólo explicable en el caso de que la población llegada, supervivientes del éxodo, estuviera formada por parejas jóvenes en gran medida, con una fecundidad alta como autodefensa del grupo. Así, "faltan" en 1589 más de la mitad del grupo. Como la movilidad era prácticamente nula por el control existente, debemos pensar en una elevada mortalidad que afecta a esta comunidad marginada y pobre, pereciendo muchos de ellos cuando la terrible peste de 1581 diezmó la villa, aunque también pudo darse la fuga de algunos aprovechando la confusión a causa de la epidemia.
Agrupados en los tres grandes sectores de edad, corroboramos el alto porcentaje de población juvenil, que casi alcanza la mitad del total; hay un tercio de adultos y más de un 20% de ancianos. Distribuidos por estado civil, predominan los solteros, de acuerdo con la alta cifra de edad juvenil y las dificultades para el matrimonio en una comunidad cerrada, que practica una fuerte endogamia y no es muy numerosa.
Se dedicaban a la servidumbre, como esclavos o criados, y uno aparece citado como hortelano. Sus niveles de renta debían ser muy bajos, y los decretos de expulsión no supusieron para la villa ninguna sangría ni humana ni económica, aunque a nivel individual fueran traumáticos. Además, hay testimonios de que la expulsión no fue muy efectiva y muchos se quedaron eludiendo los bandos reales de múltiples maneras.
En Almendralejo, a mediados del siglo XVII, consta la presencia de algunas familias moriscas que se quedaron en la villa, cuyos descendientes eran en ese momento "Hernando Pérez y Pedro Díaz, su hermano; el padre de Ana García; y Lagos, marido de la Clara".
Esto nos confirma que la expulsión no fue total y al menos estas cuatro familias permanecieron en Almendralejo y seguían unos cincuenta años después; es posible, incluso, la pervivencia de alguna otra, ya sin descendencia en aquella fecha. Con todo, recordemos que en la villa no había más que unas trece o catorce familias.
Las cuatro citadas están bien documentadas. Los padres de Ana García no se habían casado en 1586, fecha en que la madre, María Alonso, ya había tenido dos hijos, anotados como ilegítimos. La madre figura en el primero como esclava y en el segundo ya como liberta del regidor Diego Becerra. Con posterioridad se la cita como criada del mismo, siendo significativo su recorrido "profesional " en esta casa (esclava, liberta, criada), así como que en alguna partida sacramental tome el apellido Esteban que es el de la mujer del regidor. Ana García vivió en Almendralejo hasta el 9 de noviembre de 1645 en que falleció, sin testar, pero su nieto, el clérigo Bartolomé Ortiz, mandó decir por su alma 100 misas rezadas. Había sido ama del presbítero Miguel Ortiz, que fue quien crió e hizo clérigo a Bartolomé. Son evidentemente unos moriscos asimilados desde su situación de criados domésticos.
Cristóbal de Lagos es uno de los tres moriscos que con este apellido encontramos asentados en la villa. Llegó soltero y se casó en 1576 con la morisca Clara Martín, con la que tuvo a lo largo de veinte años de vida familiar, siete hijos. La partida de bautismo de su hija Elvira se encuentra con tachaduras sobre la condición de morisco, ¿intento de ocultación? Es sólo un hecho aislado, pero la constatación de esta circunstancia en otros lugares lo hace sospechoso, si además consideramos que permanecieron tras los decretos de expulsión.
La descendencia de Hernán Pérez también se documenta a través de la reconstrucción familiar. Una de sus hijas casó con otro morisco, y otra lo hizo con un gallego. Las sucesivas generaciones emparentaron frecuentemente con portugueses y otros forasteros. En este caso parece que la sociedad local no olvidó el origen de sus progenitores.
Algo parecido ocurrió en la historia familiar de Pedro Díaz, hermano del anterior Hernando Pérez, que casó sucesivamente con morisca, forastera (en dos ocasiones, en Los Santos, donde se le conocía con el nombre de Pedro Becerra) y, finalmente, con una viuda.
Protección de los amos, ocultación de su condición morisca, con la evidente complicidad del anotador parroquial, matrimonios con cristianos viejos, normalmente forasteros..., funcionarían como otros tantos asideros para burlar las órdenes de expulsión.